Aun cuando Patrocinio Juárez alcanzó el uso de razón y supo distinguir el bien del mal, el día de la noche, la risa y el llanto, el dolor y el bálsamo, continuó aparentando la inocencia para seguir mamando del pecho virginal de sor Amapola y dormirse alimentado por el olor a Paraíso de aquel cuerpo. Y sor Amapola también lo sabía, porque alcanzaba a mirarlo al fondo de sus ojos pequeños y profundos y le seguía el juego haciéndose la distraída, dejándose sorber el pecho, porque de ese modo ella seguía viva, joven y mujer.