Fueron jornadas de grandes alborotos; gente que iba y venía, que pasaba de largo o se esperaba, sorprendida; sobre todo los arrieros, de los que platican consigo mismo y con las bestias que arrean, no solo por dispendio de la saliva, sino por conservar el uso de la versación y el cuaje del pensamiento hecho palabras. Y gente que hablaba a gritos o se saludaba agitando el sombrero, con la cobija al hombro, chiflando o lanzando hipidos. A los de la cerca de puercos se les adivinaba a leguas por el olor. Los carreteros hacían restallar sus látigos, que culebreaban en el aire antes de descargar sobre el lomo de los mulos.