1, y 5

04-05-2012.

El chino O’Reilly nunca alcanzaría la paz, esa paz que dicen que hay detrás de los ojos definitivamente ciegos; la paz que se ve después de la muerte, como decía sor Amapola cuando se moría alguno de los huérfanos chiquitos. Pero el chino O’Reilly estaba muerto de otra manera. Los gallos le habían sacado los ojos a picotazos: ¡zas!, ¡zas!, ¡zas!, una y otra vez, mientras que extrañas hebras de luz roja quedaban enganchadas en el pico de algunos de aquellos gallos altivos con plumajes negros, rojos y azulones.

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