28-09-2011.
León se sentía algo desorientado. No le gustaban los regresos. Necesitaba, al menos, un par de días o tres para volver a sentirse seguro en el espacio habitual. Alguna noche, cuando se levantaba para ir al baño, se equivocaba, creyéndose aún en el apartamento de la playa. Esa desorientación también la sentía en el alma. Su ánimo se resentía. Volver. Regresar. ¿Para qué? No podía evitar pasar tres o cuatro días de malhumor. Los cambios, las mudanzas…
Teresa, la hija de León, le había advertido:
—No te vayas a poner a hacer nada en la casa. He encontrado a una mujer ecuatoriana, de toda confianza, que en un par de días te la pone en orden, te hace una limpieza a fondo y te la deja como los chorros del oro.
Continuar leyendo «Un puñado de nubes, 74»