19-09-2011.
León volvió de la playa algo más moreno, pero también más cansado. Tenía un brillo especial en los ojos, una luz extraña y algo más opaco, como si le pesara el cuerpo. Posiblemente más viejo. Había sido un mes y medio muy extraño. El mar siempre le había dejado una señal en el alma, una especie de huella balsámica. Pero en este verano, cuando miraba el mar, parecía como que si fuera la última vez que lo mirase. Cada ocaso, cada paseo matutino por la orilla le parecía el último. Todo huye. Quería atrapar cada momento, cada insignificante cambio de luz o de aire. Tal apetencia le llevaba a una angustia posterior que lo abatía.