Un puñado de nubes, y 103

05-12-2011.

 

León tenía lágrimas en los ojos. Llevaba un tiempo que tenía la lágrima fácil. Amalia lo observaba discretamente y también con discreción se le acercó por detrás. Él la presentía como una protección. Y, sin volverse, dijo:

 

—Alfonso. Su carta de despedida. Tiene para todos nosotros.

 

Ante el aire circunspecto de Amalia, León añadió:

Continuar leyendo «Un puñado de nubes, y 103»

Un puñado de nubes, 102

02-12-2011.

 

Alfonso regresó a su casa con un fuerte dolor en el pecho. La frialdad de la sala del anatómico se le había metido en los huesos. Al menos, eso creía él. No podía evitar que la imagen del rostro macilento y afilado de Maurice le acudiera una y otra vez a su cabeza y le produjera un estremecimiento que casi lo paralizaba. Todo acabado. El placer, el amor a Angelo, los celos, los viajes, el lujo, la buena mesa…  Todo reducido a un cadáver, a un saco de huesos.

Continuar leyendo «Un puñado de nubes, 102»

Un puñado de nubes, 101

30-11-2011.

 

Las palabras de Alfonso le dolieron a Maurice, porque denotaban un desconocimiento total de la situación en que se encontraba. Pero no se las reprochó porque, en el fondo, sabía que Alfonso tenía razón. La fuga de Angelo con Rosalva lo dejaba una vez más sumido en esa soledad desatendida a la que no lograba acostumbrarse ni sobreponerse. Tenía además la intuición de que, esta vez, la escapada de Angelo presentaba indicios de abandono duradero, porque nunca, desde que conoció a Rosalva, lo había tratado con semejante frialdad. Cuando Maurice hablaba con él, no lo miraba a los ojos o lo hacía con una distante actitud de despego. Maurice estaba convencido de que la presencia de Rosalva había transfigurado la vida de Angelo.

Continuar leyendo «Un puñado de nubes, 101»

Un puñado de nubes, 100

28-11-2011.

 

Transcurrido un tiempo prudencial para que todos se saludaran y conocieran, Alfonso hizo una señal al jefe de servicio que anunció:

 

—Señoras, señores, cuando deseen pueden pasar al salón comedor: se va a servir la cena.

 

—¿Después de lo que hemos comido vamos a cenar? —preguntó a Indalecio su madre a media voz—. Hijo, estos ricos no saben lo que son las privaciones. Con lo que se han gastado en esta noche podríamos vivir un año entero.

Continuar leyendo «Un puñado de nubes, 100»

Un puñado de nubes, 99

25-11-2011.

 

Sentados frente a él en el diván, con una copa de champán en la mano, Maurice los miraba con aquella misma cara lastimera y turbia, cuando Angelo y Rosalva conversaron unos días antes en el avión, como si se conocieran desde siempre. Y, en su interior, maldecía el momento en que decidió cambiar el vuelo directo de Roma a Sevilla por el de hacer escala en Madrid, con objeto de resolver el asunto pendiente con los mafiosos, como le había prometido a Alfonso, cuando se despidieron en Davos. Sería una buena noticia para Alfonso, saber que ya no tendría que pagar aquellos centenares de miles de euros, por haber contribuido a la fuga de Rosalva. Era el regalo que Angelo y él le hacían, para agradecerle la invitación a visitar Sevilla.

Continuar leyendo «Un puñado de nubes, 99»

Un puñado de nubes, 98

23-11-2011.

 

Todo había quedado aclarado entre los cuatro aquella misma tarde, la del diez de octubre, mientras León y su amigo tomaban café tranquilamente en La Luna. Como solo había un par de clientes que jugaban una cansina partida de cartas, Amalia tomó de la mano a Indalecio y se acercó a la mesa donde León y Alfonso charlaban saboreando un café bien hecho.

 

—¿Podemos sentarnos con vosotros? —dijo Amalia—.

 

—Faltaría más. Tú sabes que vuestra compañía es bien recibida siempre —se pronunció León—.

Continuar leyendo «Un puñado de nubes, 98»

Un puñado de nubes, 97

21-11-2011.

 

Al salir del palacete, León miró hacia el jardín delantero. El jazmín trepaba por la tapia y casi asaltaba ya las ventanas del piso alto. Pensó un momento en su amigo Alfonso y se dijo: «¡Qué pena de hombre!». Y se dirigió a su casa.

 

León casi se había olvidado de su hijo, que le había anunciado su llegada para un día de estos. Por eso, cuando sonó el teléfono, sin mirar el número en la pantalla del móvil respondió:

 

Continuar leyendo «Un puñado de nubes, 97»

Un puñado de nubes, 96

18-11-2011.

 

León no pudo dormir en toda la noche. Ocupó una de las habitaciones pequeñas, la que estaba más cerca del dormitorio principal, por si Alfonso lo llamaba. Estaba preocupado por el estado deprimido en el que parecía encontrarse su amigo. El viaje a Davos parecía no haber surtido efecto beneficioso alguno; al revés: había operado en el ánimo de Alfonso una reacción negativa. León pensó en sí mismo y se dijo que, en su modestia, podía sentirse un hombre afortunado. Viejo, achacoso, previsible, rutinario, todo lo que se quiera, pero en gran medida un hombre afortunado. Y el pecho se le ablandó pensando en sus nietos. Especialmente en el niño.

 

Continuar leyendo «Un puñado de nubes, 96»

Un puñado de nubes, 95

16-11-2011.

 

A León le pareció curiosa la frase. Era, más o menos, la misma que Amalia le había dicho unas noches antes.

 

—¿Quedarme contigo esta noche? —repitió extrañado—.

 

—No me mires así. No pienses mal. Tú sabes que he sido un crápula, un vividor, que me han gustado los placeres fuertes, raros y exóticos, pero aún no me ha dado por catar carne de varón, si es lo que temes. Además, tú tienes ya los huesos viejos y la carne magra —dijo, poniendo algo de ironía a su petición, y añadió suplicante—: ¡por favor, León!

 

Continuar leyendo «Un puñado de nubes, 95»

Un puñado de nubes, 94

14-11-2011.

 

El vuelo de París traía un ligero retraso. Lo indicaba la pantalla de información. León consultó su reloj. Había llegado con tiempo suficiente. La puntualidad era una de sus virtudes. Tras la barrera que impedía pasar a las personas que aguardaban a los pasajeros, se removía un grupo de impacientes. León prefirió una discreta segunda fila. Aparecieron primero un tropel de chiquillos, unos cinco o seis, alborotadores, que traían muñecos en la mano. Venían, seguro, de Disneyland‑París. Alfonso tardó en aparecer. León lo notó torpe de movimientos, con los hombros caídos, arrastraba la maleta y en la mano izquierda le colgaba una bolsa pequeña de cuero. León alzó la mano con un gesto de saludo, para indicarle que estaba allí, aguardándolo, como habían hablado. Alfonso, ya frente a León, soltó en el suelo la maleta y la bolsa y dio un abrazo a su amigo.

 

Continuar leyendo «Un puñado de nubes, 94»