
Yo no tuve la suerte de conocer a mis abuelos, tanto materno como paterno. A mis abuelas, sí. A mi abuela materna la conocí aunque, siendo muy niño, tuve la desgracia de perderla, pero me acuerdo de lo afable y cariñosa que era conmigo. Mi abuela Mariana, la madre de mi padre, se murió casi en las postrimerías de la guerra, cuando yo era casi un mocico, con mis quince años.
¡Qué tiempos aquellos! Me acuerdo y los añoro, no porque la vida transcurriera sosegada y tranquila, nada de eso, sino porque en esa edad todo lo veía de color de rosa y todo para mí era nuevo. Cualquier cosa me seducía y me encantaba, a pesar de que vivíamos inmersos en una guerra con todo limitado y escaso. Mis hermanos José y Juan, en esos frentes del diablo, donde se jugaban la vida en cada momento.