Un puñado de nubes, 27

01-04-2011.

León no se cansaba de contar a su hija Teresa su boda en Montealto. Sus palabras brotaban espontáneas del pecho y literalmente revivía aquellos recuerdos, como si se viera vestido con aquel traje negro de paño que le hacía sudar como inglés en desierto. Sus ojos se agrandaban cuando hablaba de la novia «más guapa del mundo, con su vestido blanco y la cola larga. Llevaba el pelo corto –como lo tienes tú ahora– con una rosa primorosamente enganchada que resaltaba aún más la belleza natural de su cara». En fin, Amalia era la mujer con la que siempre había soñado.

—¿Sabes quiénes eran los padrinos? —preguntó a Teresa que lo escuchaba con los ojos inocentes de los niños—.

—Claro, mi abuela Ana y mi abuelo Rafael, “el Sevillano”. Me han contado que el padrino fue a comprar los puros a Andorra. ¿Es cierto eso?

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Eladio

31-03-2011.

 

Hace ya unos días, supimos el fallecimiento de Eladio Garzón. Llevaba algún tiempo en que no se encontraba bien.

 

De una promoción superior a la mía, siempre lo observé con interés. De aspecto robusto, voz grave, formal y ejemplar estudiante, era, sin duda -en aquella década de los sesenta-, un sólido referente para mí. Alguna vez llegué a decírselo, de lo que me alegro.

 

Durante años supe de sus labores y avatares hasta que en el 97 coincidimos como vocales en un tribunal de oposiciones a inspección. Durante casi un año nos reencontramos con la fuerza que da un pasado común y un presente compartido. Hablamos de lo divino y de lo humano; más de lo segundo, es verdad. Cuando escuchaba a cada opositor, lo dibujaba de una forma muy particular. Después de cada exposición, en la puesta en común consiguiente, manifestaba sus opiniones -siempre técnicas y precisas-, teniendo en cuenta la imagen ideográfica. Sorprendente. Departimos momentos entrañables con su voz ronca, con su gracejo granadino, nunca perdido, y con la sorna heredada de su padre, quien tuvo la ocurrencia y habilidad, siendo juez de paz de su pueblo, de convencer a sus vecinos ‑y hasta a su propia mujer- para que registraran a sus hijos con nombres clásicos: Honorio, Héctor, Eladio…

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Un puñado de nubes, 26

30-03-2011.

Como si fuera a una cita ansiada, la joven rubia cruzó con avidez los pocos metros de césped que separaban la verja de hierro forjado de la bruñida puerta de madera de roble. Apoyó sobre ella la palma de la mano y la empujó levemente. La alfombra de un pasillo inundado de luz se abrió a sus ojos. Al fondo del corredor, de pie y cubierto solo con un albornoz, estaba sonriente don Alfonso. Se le veían las peludas piernas desnudas y los pies enfundados en unos escarpines.

—Eres muy puntual, Aymara —le dijo con voz amable—. Adelante: estás en tu casa.

La llamaban Aymara, pero su verdadero era nombre era Rosalva. Llegó a España cuando tenía 18 años, pensando que trabajaría como empleada doméstica en casa de una familia madrileña de alto nivel económico. Al llegar a Barajas, la mujer que le había pagado el billete y procurado el ficticio contrato la puso en manos de un señor muy bien vestido y con el pelo golosamente engominado. Decía llamarse Luciano y se ofreció a llevarla en su coche a casa de la familia, pero la metió en un hotel-cabaré de las afueras de Madrid. Como única respuesta a sus tímidos interrogantes, Luciano la encerró a empujones y patadas en una habitación.

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La gracia de Andalucía: el padre Rafael Navarrete, 1

29-03-2011.
Hace unos meses, me reuní con Manolo Valenzuela y María José, su esposa. Decir que Manolo está igual, me parece excesivo, pues treinta y cinco años son algo serio. No obstante, su aspecto es magnífico y mantiene una extraordinaria mentalidad positiva y vital; su esposa, un encanto.
Me habían llamado con antelación, para anunciarme que venían en viaje turístico‑cultural a Barcelona y que les gustaría verme.
Al cabo de unos días, me llamaron desde el hotel. Habían llegado a Barcelona y, más o menos, hacia las siete y media de la tarde creían que terminaría la visita programada al museo de Historia de la ciudad.

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Un puñado de nubes, 25

 

28-03-2011.

Amalia levantó por última vez la mano en un gesto de saludo a León, que aún permanecía parado viendo partir el taxi; y se hundió, pensativa, en el asiento trasero del coche. Le apretaba la faja pantalón que llevaba puesta desde por la mañana. Dejó su bolso de imitación de Prada a un lado y se desabrochó la chaqueta. El taxista, de mediana edad, la miraba de vez en cuando por el espejo interior. Amalia estaba confundida por todo lo ocurrido aquella tarde. No podía creer que aquellos dos hombres hechos y derechos, como dos trinquetes, se dijeran aquellas barbaridades en público, en aquella elegante cafetería de jóvenes camareras uniformadas, y dejaran entrever sus rencillas ‑sus viejas rencillas; no cabía duda‑. Y todo por ella. ¡Impensable, hacía solo unas horas! Además dos hombres de buena presencia, se les veía educados, bien vestidos, gente con mundo. Nada que ver con esos viejos arregladitos y caducos que desfilaban por el plató del programa de sobremesa de Canal Sur. Alfonso y León parecían hombres de posibles. Pero no era la comodidad y el dinero lo que ella buscaba en realidad. Si había dado aquel paso era por encontrar a alguien con quien compartir el tiempo que se le escapaba y salir de la cruel soledad en la que vivía

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La izquierda complaciente

27-03-2011.

Es posible, y más que probable, que la izquierda española no sea la más íntegra, la más honesta, la más ejemplar, la más consecuente ni la más incorruptible del mundo. Para que nadie se levante en armas contra mí; digo, sólo, que es posible. Una posibilidad que contemplar dentro de ese “campo de los posibles” que, según los filósofos, es infinito. Pero lo que es realmente incuestionable es que la izquierda española es tolerante, comprensiva, complaciente y optimista. Sobre todo optimista. Y eso no es malo, porque la tolerancia, la comprensión, la complacencia y el optimismo son virtudes muy necesarias para los políticos; o sea, para aquellas personas que viven de la política, bastante bien por cierto. Es decir, que gracias a la tolerancia, la comprensión, la complacencia y el optimismo, la izquierda española va bien. España va bastante mal, pero la izquierda española va muy bien. Al menos en mi modesta opinión.

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Sentido de estado

26-03-2011.

Oigo vientos de cambio, o al menos se anuncian; que otra cosa será que sean vientos, vendavales o simples brisas. Mas quienes desean que les hinchen sus velas ya se ven alcanzados por los mismos, con fuerza de veloz singladura. Y una cosa son los deseos y otra las realidades: que los unos no tienen por qué convertirse en las otras.

Tal es la ya deseada inminencia que se ve en ella. Hasta algunos cazan la pieza virtual. Nada que objetar porque todo es ahora mudanza; pero me viene aquella frase de hay que cambiarlo todo para que todo permanezca. Porque en el fondo nada cambiará. Sin embargo, si en Andalucía se remueve el patio, el asunto traerá cola, mucha cola; no en vano habrán sido muchos años consolidando unas estructuras de poder, cooptación, clientelismo y dependencia ya enquistadas por lo corrientes (y por los réditos); si, además, también en el gobierno central ocurre previsiblemente lo mismo, ¿adónde acudirán los defenestrados de tanto pesebre establecido…?

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Un puñado de nubes, 24

25-03-2011.

—Te encuentro más nervioso que otros días, papá. ¿Se puede saber qué te traes entre manos? —peguntaba Teresa preocupada—.

—No es importante. Ayer estuve con Alfonso tomando unas cervecillas y charlando un buen rato. Como no sea eso…

—Es que cada día que pasa tengo la sensación de que estás más triste, como más ausente.

—No te figures lo que no es. Aparte de echar de menos a tu madre, no hay otros problemas. Tengo mi casa, dinero suficiente para cubrir mis necesidades y darme algunos caprichos. Tengo dos hijos maravillosos… Por cierto, ¿qué sabes de tu hermano? Hace más de un mes que no me ha llamado.

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Prólogo II

24-03-2011.

Quien vive en permanente actitud de aprendizaje,
cada instante desvela un “misterio”.

Juan Guerra Cáceres.

De nuevo, Fernando Sánchez Cortés, mi padre, ha sentido fuertemente la inspiración que la dictan su memoria y sus años amorosamente entretejidos en la ciudad que lo vio nacer y, gustosamente, nos brinda nuevos e interesantes retazos del acontecer ubetense y personal, pero centrándose principalmente en ser un testigo fiel -y de corta edad- de los trágicos acontecimientos que envolvieron a Úbeda en los años de nuestra fratricida Guerra Civil.

Con su portentosa memoria nos va fotografiando la Úbeda de nuestros abuelos y antepasados que posiblemente esté archivada en las mentes de las personas mayores que aún viven o de los pocos documentos que se salvaron de la barbarie de julio de 1936.

Éste, su segundo libro, viene a ensanchar la visión histórica local -sin ninguna pretensión historiográfica- de un ciudadano de a pie que, sin apenas cultura libresca, pretende aportar su grano de arena para que, una vez conocidas las atrocidades que se produjeron en nuestra querida ciudad, sirvan de escar­miento en cualquier futuro próximo o lejano, ya que Úbeda perdió bastante de su esencia con ese bárbaro desahogo.

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Un puñado de nubes, 23

23-03-2011.

Sentada a la mesa y con los brazos cruzados, Amalia los contemplaba: estaban de pie, estirados, el uno frente al otro, casi nariz contra nariz, mirándose con los párpados abiertos como abanicos, los ojos casi saliéndose de sus órbitas y las manos aferradas a las respectivas solapas. Asustada, Amalia se levantó del asiento, se acercó a ellos y juntando las palmas de sus manos como si iniciara una plegaria, musitó:

—No, por Dios, por mí no; que yo no he venido a esto. Que he ido a la peluquería tan contenta, para arreglarme un poco el pelo, y me he puesto lo mejorcito que tenía —creyó Amalia que la cosa se estaba poniendo fea y allí, en la cafetería, delante de otras personas, con las camareras pendientes de ellos tres—… A ver, que yo me voy por donde he venido y santas pascuas. ¡Ay, qué sofoco, por Dios!

—Bien, vale, vale. Dejemos nuestras diferencias para más tarde. Ya dirá Amalia a quién de los dos prefiere —ofreció León para cerrar el asunto—.

Amalia, nerviosa y complacida, dentro de su desconcierto, no había atinado a ver cómo Alfonso y León se habían cruzado varios guiños cómplices para elevar el falso tono crispado de la fingida altercación.

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