Oigo vientos de cambio, o al menos se anuncian; que otra cosa será que sean vientos, vendavales o simples brisas. Mas quienes desean que les hinchen sus velas ya se ven alcanzados por los mismos, con fuerza de veloz singladura. Y una cosa son los deseos y otra las realidades: que los unos no tienen por qué convertirse en las otras.
Tal es la ya deseada inminencia que se ve en ella. Hasta algunos cazan la pieza virtual. Nada que objetar porque todo es ahora mudanza; pero me viene aquella frase de hay que cambiarlo todo para que todo permanezca. Porque en el fondo nada cambiará. Sin embargo, si en Andalucía se remueve el patio, el asunto traerá cola, mucha cola; no en vano habrán sido muchos años consolidando unas estructuras de poder, cooptación, clientelismo y dependencia ya enquistadas por lo corrientes (y por los réditos); si, además, también en el gobierno central ocurre previsiblemente lo mismo, ¿adónde acudirán los defenestrados de tanto pesebre establecido…?
He escrito que nada cambiará en realidad, porque ¿decaerán las medidas adoptadas ahora por el actual gobierno o, muy al contrario, se aumentarán? (Creo que será esto último, porque lo que se ha hecho y hará no es ni más ni menos que una labor declaradamente conservadora). Amén, que se declara ya, vislumbrando lo ya próximo, que hacen falta grandes pactos de Estado, fijadores y definitivos, para un gran paquete de temas de primerísima importancia. Sí, es verdad, hacen, hicieron y harán falta, es indiscutible y debería haberlo sido siempre, pero no; ¿y por qué no? Pues porque el PP se ha dedicado a hacer oposición indiscriminada por todo y de todo, con argumentos y sin ellos, en temas irrelevantes y en los de importancia básica, pues todo lo que viniese del PSOE había que laminarlo, básicamente por aquello de que al enemigo, ni agua.
Habría que recordarle al principal partido de la oposición que, cuando estuvo en el gobierno (ocho años), no encontró tan feroz oposición y acoso que parecido tuviese con la que ahora ha practicado contra los actuales gobernantes. Al contrario de lo que los socialistas hicieron, que hasta parecieron desaparecidos, firmando y corroborando todo lo que al gobierno de Aznar le parecía o proponía (por supuesto sentido de Estado), éstos (que ya se ven otra vez arriba) han practicado la táctica de tierra quemada, aún a riesgo de desertizarlo todo, de acabar con todo, de meternos en tal lodazal que sólo pensemos en sobrevivir como mal menor y como fórmula de su mágica y esperada salvación. Pero lo sectario no les impide, de vez en cuando, ver con claridad, y ahora lo entienden: que hacen falta pactos de estado y que es bueno ir haciendo campaña por ello para, cuando accedan al poder, poder manejarse con comodidad (o, si no lo logran, al menos excusarse en la falta de colaboración de los demás). O sea, volver a una cierta estabilidad y calma.
El PSOE rompió una vez, muy alborotadamente ‑es cierto‑, este estatus tras los sucesos del 11-M; pero todavía no han digerido que la ruptura la forzaron por la manipulación torticera que hicieron de ese triste y fatal atentado. Y ahí, vista la situación, los socialistas hincaron con precisión y sin miramientos el diente.
Pactos de estado para muchas cosas ya fueron necesarios hace tiempo: para la Educación (¿les suena?), para la Justicia, para la Energía, para una verdadera reforma electoral, para otra reforma constitucional, para ajustar las competencias territoriales, para las pensiones (¿y esto, qué?), para…
Ven ustedes… Hay materia de sobra para ello y falta de tiempo. Pero nada, no haya cuidado: lo que no se ha logrado y se ha deteriorado, aún más lo lograrán sacar adelante los nuevos gobernantes con la decidida colaboración institucional, y por el redicho sentido de Estado, del principal partido de la oposición, que será el PSOE (y que tendrá bastante con andar lamiéndose las heridas y recomponiendo filas maltrechas, como antes hicieron).