Unos años antes de que en la cafetería Jacaranda aconteciera esa disputa que estaba a punto de estallar entre los dos viejos amigos y que iba a poner a prueba la solidez de la recobrada amistad, Alfonso había decidido abandonar Suiza e instalarse definitivamente en Sevilla. Tras ardua búsqueda, había conseguido localizar a su viejo amigo León.
Aquel día en que decidió tomar el avión, su amigo León lo estaba esperando en el aeropuerto de San Pablo. Antes, y con objeto de poder reconocerse, ya se habían comunicado, primero por teléfono, luego por e-mail y, finalmente, por Skype:
—Pero qué viejo estás Leo. Sólo te reconozco por la voz y por el ondulado flequillo que ya en la Safa reposaba sobre tu frente. Ahora lo tienes ceniciento…
—Y tú qué te crees, Alfonso, ¿qué sigues conservando aquella antigua carita de ángel triste? ¿No te has mirado en un espejo? En cuanto al pelo, ¿dónde has metido el tuyo? ¿Lo has colocado en un banco suizo?