Eladio

31-03-2011.

 

Hace ya unos días, supimos el fallecimiento de Eladio Garzón. Llevaba algún tiempo en que no se encontraba bien.

 

De una promoción superior a la mía, siempre lo observé con interés. De aspecto robusto, voz grave, formal y ejemplar estudiante, era, sin duda -en aquella década de los sesenta-, un sólido referente para mí. Alguna vez llegué a decírselo, de lo que me alegro.

 

Durante años supe de sus labores y avatares hasta que en el 97 coincidimos como vocales en un tribunal de oposiciones a inspección. Durante casi un año nos reencontramos con la fuerza que da un pasado común y un presente compartido. Hablamos de lo divino y de lo humano; más de lo segundo, es verdad. Cuando escuchaba a cada opositor, lo dibujaba de una forma muy particular. Después de cada exposición, en la puesta en común consiguiente, manifestaba sus opiniones -siempre técnicas y precisas-, teniendo en cuenta la imagen ideográfica. Sorprendente. Departimos momentos entrañables con su voz ronca, con su gracejo granadino, nunca perdido, y con la sorna heredada de su padre, quien tuvo la ocurrencia y habilidad, siendo juez de paz de su pueblo, de convencer a sus vecinos ‑y hasta a su propia mujer- para que registraran a sus hijos con nombres clásicos: Honorio, Héctor, Eladio…

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