Sin sillas

Por José Luis Rodríguez Sánchez y Daniel García Parra.

¡Joé, cómo está el patio! Entre todo el maremoto mediático de estos días, leyendo los detalles de la sentencia sobre el gigantesco pozo de corrupción conocido como caso Gürtel, al fijarme en una de las condenadas, la señora Ana Mato, me ha saltado un enlace, y de éste a otro, y de éste a uno más antiguo que hablaba de Andalucía. Bueno, hablaba de los niños andaluces. Y decía que en Andalucía los niños estudian sentados en el suelo porque en sus colegios (públicos, claro) no hay sillas.

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Niños de infantil en una sesión de cuentacuentos.

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“Los pinares de la sierra”, 185

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

3. La prudencia no es suficiente, pero ayuda.

Sin poder ocultar una sonrisa, la señorita Claudia se le quedó mirando, calló por un momento y dijo, finalmente, en un tono claramente mordaz.

―No te preocupes; en caso de que tu ausencia le provoque un trauma emocional, cuando vuelvas a Lugo con la pasta ya verás cómo se recupera. ¡No hay mejor medicina!

―Pero ¿me quiere dejar en paz, señorita? ¿Le he dicho yo a usted alguna cosa para ofenderla?

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Andrés de Vandelvira, arquitecto

Por José Luis Rodríguez Sánchez

A mi generación, las primeras nociones de Historia del Arte nos llegaron por medio de profesores que filtraban todas las disciplinas por el cedazo del nacionalcatolicismo: por el Imperio hacia Dios.

Según esto, las ideas estaban muy claras en lo que a la arquitectura respecta. Románico y Gótico: las iglesias del Camino, la Catedral de Santiago, las de Burgos y León. Ni una referencia a su origen francés. El Barroco: el gran arte nacido en España, por España y para España, premio divino por la creación de un Imperio que llevó el cristianismo a los salvajes de América y luchó contra los herejes protestantes. El Neoclásico: arte extranjero, afrancesado, amanerado y sin valor alguno. Contemporánea: el Valle de los Caídos, obra magna impulsada por el Caudillo.

Catedral de León. El Escorial. Valle de los Caídos.

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Pues vuelvo a las sectas

Por Mariano Valcárcel González.

Escribí sobre las sectas, y me centré, aunque no muy profundamente, en las sectas religiosas, especialmente lo que conocemos por nuestro entorno católico y español. Que sectas, si no lo son, algunas lo parecen muy mucho. Fíjense ustedes en eso de los llamados “miguelianos”, que fue propiciado al inicio por el mismo obispado hasta darse cuenta luego (tras denuncias de algunos miembros del grupo) que eran ni más ni menos que un montaje del “vidente” fundador para alimentar sus propios desmanes y sus ansias de diversa índole.

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“Los pinares de la sierra”, 184

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

2. La picaresca es un sacerdocio.

Portela le escuchaba sin despegar los labios. Complacido, quizás, por la propuesta de su colega, pero molesto por tenerlo que corregir.

―Por favor, Velázquez, vayamos paso a paso. La picaresca para mí es una profesión, una forma de vivir tan respetable como el sacerdocio. Pero el egoísmo y la codicia son otra cosa. No me parece mal que utilicemos la imaginación para resolver nuestros problemas de dinero, y lo tomemos de alguien a quien le sobra. Pero de ahí a ensañarnos y arruinar a una persona ―aunque se lo merezca―, hay un abismo. ¿No te parece? Nunca me han gustado las actuaciones precipitadas. Esto es muy serio y hay que analizar cada paso que demos. Piensa que por hacer el fantasma con el descapotable, Soriano estuvo a punto de arruinar el plan. ¿Lo entiendes? Vaya dos horas que me hizo pasar, el muy cabronazo. No sé qué hubiera ocurrido si no llegan a presentarse. La cara de Gálvez me daba miedo. De verdad. Lo veía dispuesto a todo.

 

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“Los pinares de la sierra”, 183

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

1. Como perros y gatos.

Portela y Fandiño, después de acompañar a Soriano y María Luisa, estaban en un rincón de Los Intocables bebiendo cerveza y fumando un cigarrillo tras otro, a la espera de noticias, con esa inquietud que caracteriza a las personas que se preparan para cometer un delito. Paco hacía mala cara, le había crecido la barba y tenía los ojos muy hundidos. No obstante, el día no había ido mal: se habían cerrado cinco operaciones; los vendedores pasaron por casa de los clientes a recoger las pagas y señales ―veinticinco mil pesetas por parcela―, y las firmas de los contratos estaban previstas para el día siguiente, a partir de las siete de la tarde.

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“Los pinares de la sierra”, 182

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

7. Pican, pican.

Sacó el talonario del bolsillo de la americana, lo abrió con cuidado, rellenó un cheque y se lo entregó a Portela con discreción.

―¿Al portador y sin barrar?

―Por favor, un caballero debe ser confiado cuando la persona con la que trata se lo merece. Pregúntale a un empresario como el señor Barroso, y te dirá lo mismo que yo; que los errores no se evitan con desconfianza, sino haciendo las cosas con cuidado. ¿Verdad amigo mío?

―Así es; sí señor.

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“Los pinares de la sierra”, 181

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

6. Política y golfería.

Velázquez sonrió satisfecho al comprobar que sus órdenes se habían cumplido al pie de la letra.

―No hay secretos, Portela. Con tres millones de regalo, y un cinco por ciento de participación en el negocio, nadie te pone dificultades. En este país, no hay golfo que no sueñe con llegar a político, ni político que no acabe siendo un golfo. Pero tú eres un experto en bajar la voz, en susurrar mensajes al oído, en acariciar con la palabra. ¿No? Por eso estás conmigo y por eso pienso tenerte a mi lado mucho tiempo. Por cierto, ¿cómo llevas el asunto de los terrenos, y en qué fase está la compra del solar?

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“Los pinares de la sierra”, 180

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

5. La cruenta guerra de los despachos.

Sirvieron los platos, trajeron más vino, subió el tono de las conversaciones y Soriano se animó a contar un par de chistes moderadamente verdes. Barroso dijo que aquella tarde el Barcelona jugaba fuera de casa y no tenía demasiada prisa por regresar.

―Por cierto, ¿qué hacemos con mi coche? ―preguntó Soriano—.

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VI encuentro AA. AA. Safa-Úbeda

Por Fernando Sánchez Resa.

Dos citas latinas van a servirme para enmarcar este sucinto artículo de opinión: Tempus fugit y Carpe diem.

La primera viene a confirmar lo que ya voy experimentando durante bastante tiempo: que el tiempo vuela, es fugitivo, huye y se nos escapa irremisiblemente por entre nuestros días y recuerdos; mientras que la segunda nos impele a animarnos y espabilarnos para aprovechar la ocasión que se nos brinda en cada momento.

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