“Los pinares de la sierra”, 183

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

1. Como perros y gatos.

Portela y Fandiño, después de acompañar a Soriano y María Luisa, estaban en un rincón de Los Intocables bebiendo cerveza y fumando un cigarrillo tras otro, a la espera de noticias, con esa inquietud que caracteriza a las personas que se preparan para cometer un delito. Paco hacía mala cara, le había crecido la barba y tenía los ojos muy hundidos. No obstante, el día no había ido mal: se habían cerrado cinco operaciones; los vendedores pasaron por casa de los clientes a recoger las pagas y señales ―veinticinco mil pesetas por parcela―, y las firmas de los contratos estaban previstas para el día siguiente, a partir de las siete de la tarde.

Fueron unos minutos angustiosos hasta que llegaron Claudia y Velázquez, y explicaron el motivo del retraso. Habían acompañado a Barroso a su casa de Fuente Fargas, y no tuvieron más remedio que aceptar un plato de jamón muy bien cortado, y un par de copas de Protos que, según dijo la señora, guardaban para las grandes ocasiones. Con la excusa de la cena en casa del concejal, se despidieron del matrimonio y esa era la razón de su retraso.

―Ya sabéis que en casos como este no se puede ir con prisas; hay que demostrar serenidad para evitar la desconfianza. Por fortuna, Solsona ha estado magistral, Marañón ha marcado dos goles y el Español le ha ganado al Murcia por cinco a uno. O sea, que el hombre se ha quedado contento y feliz.

Velázquez hablaba con esa confianza y seguridad que practican tan bien los sinvergüenzas y los embaucadores. Paco, consciente de que las prisas suelen ser una fuente inagotable de problemas, trataba de calmarse, y Fandiño, de cuando en cuando, salía con alguna de las suyas.

―Oye, Portela; y, si la cosa se retrasa algunos días, ¿no podrías adelantarme un dinerillo para que no me paren las obras del mesón?

Fandiño, por favor, ahora no es el momento.

―Anda, hombre; aunque luego me lo descuentes de mi parte, ¿no lo entiendes?

Paco no contestó, y fue Velázquez quién volvió a coger el hilo de la conversación.

―Se la ha tragado entera. Oye, me ha gustado eso que has dicho de que cuando se escrituren los terrenos solicitamos las subvenciones y, en tres meses, recuperamos el dinero. Eso ha sido genial. He tenido que hablarle del Banco Santander, de Severiano Ballesteros, del interés por el fomento del golf en España, de cara al turismo, y del gremio de hoteleros catalanes. ¿Sabes una cosa? Casi siento simpatía por ese tío. Está convencido de que, a partir de ahora, nadie de su familia volverá a tener problemas de dinero.

―Pero supongo que te has ceñido al programa, ¿no?

―Hombre, sobre la marcha he tenido que introducir leves variaciones.

―Normal.

Paco llamó al camarero, y pidió otra cerveza; Velázquez un gin-tonic para la señorita Claudia y un whisky sin hielo, para él.

―¿Puedo pedir un bocadillo jamón? ―preguntó el gallego, mirando a Portela con ojos suplicantes—.

―Pero bueno, ¿tú te crees que esto es un bautizo? A ver si mañana te vas a equivocar y la tenemos.

―Bueno, pues que sea de tortilla.

―Anda, que… ¡Vaya joya de socio que nos hemos buscado! ―dijo, en voz baja, la señorita Claudia—.

―Pero bueno, señorita, ¿usted también se va a meter conmigo?

A partir de entonces, como los héroes de las películas de cine mudo, Fandiño bajó la vista, aguantó el chaparrón y se comió el bocadillo sin decir esta boca es mía. Mientras tanto, Velázquez continuó con su relato, como si tal cosa; incluso con una pícara e indolente chulería.

―Parece mentira: cuantas más veces le decía que no, más insistía él. ¿Sabes qué estoy pensando? Que después de venderle el terreno y las acciones del hotel, deberíamos inventarnos un Casino y venderle una participación. Ese cabrito debe de tener cientos de millones. ¡Está forrado!

roan82@gmail.com

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