Pues vuelvo a las sectas

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Escribí sobre las sectas, y me centré, aunque no muy profundamente, en las sectas religiosas, especialmente lo que conocemos por nuestro entorno católico y español. Que sectas, si no lo son, algunas lo parecen muy mucho. Fíjense ustedes en eso de los llamados “miguelianos”, que fue propiciado al inicio por el mismo obispado hasta darse cuenta luego (tras denuncias de algunos miembros del grupo) que eran ni más ni menos que un montaje del “vidente” fundador para alimentar sus propios desmanes y sus ansias de diversa índole.

Y es que tener rebaños bien apacentados y sumisos es un deseo irrefrenable y una necesidad en toda organización basada en la autoridad irrefutable de quien la dirige. Y quien eso ofrece siempre es bienvenido. Luego pueden surgir díscolos o gentes honestas que realizan un ejercicio reflexivo de lo que vivieron y lo que entendieron y, evaluándolo, determinan que todo fue puro engaño y mera manipulación.

Pasa lo mismo con las sectas no estrictamente religiosas; y digo no estrictamente religiosas, porque no proceden de organización ya establecida, sino de algo de nueva creación, invención de alguna mente enfebrecida o perversa, pero con determinado poder de convicción que logra atraer a gente ignorante, necesitada o de altos niveles —tanto culturales como económicos—, que necesita, sin embargo, ser “guiada” y obtener “respuestas” ante las incógnitas y dudas que nos ofrece el mundo.

Casi siempre se inician cuando alguien, especialmente oportunista, decide ir más allá de una simple vida de curandero o milagrero local. O también de quien ve un terreno fácil de explotar entre gente esnob, ahíta de todo y —por lo tanto— aburrida de todo, que necesita creer que su vida tiene sentido (pero no el sentido de estar con los demás, servir a los demás, ser útil a la sociedad).

Así que hay quienes, buscando, buscando lo que en realidad deberían ver que tienen muy cerca (pero que les resulta insufrible de asimilar, de aceptar), buscan en mundos que les ofrecen “paz interior, equilibrio emocional, vida más sana, etc.”. Y se apuntan primero a pseudo creencias y doctrinas que les parecen novedosas o incluso exóticas. No habría nada que objetar a ello, que cada cual escoge el camino que quiere; pero, a veces, luego de esas prácticas y métodos, en apariencia inocentes, se pasa a un estadio de seguidismo del que se erige en líder, al que se le reconocen cualidades especiales que superan las comunes a los demás, se le empieza a considerar no un orientador sino un verdadero maestro por el que guiarse y al que obedecer.

Cuando el grupo se consolida alrededor de su gurú o su guía y lo anterior ya está maduro, el paso siguiente —casi inevitable— es establecerse en secta, llámese iglesia de…, comunión en…, círculos entre…

Aberraciones se han conocido al respecto, con resultados muchas veces terribles: asesinatos, esclavismo, sumisiones sexuales, y violaciones y abusos individuales o grupales, suicidios inducidos, matanzas colectivas. Los miembros de esas sectas lo acatan todo y, aunque sean en realidad víctimas, también se convierten en victimarios. Unos se retroalimentan con los otros, en círculos viciosos de los que malamente se sale.

También el aspecto económico acá es un elemento imprescindible. En general, se incita a los fieles a renunciar a sus bienes, pasándolos a nombre de la secta o, mejor todavía, a nombre de su dirigente. No solo pueden renunciar a su hacienda —es que el problema puede terminar acabando con la de familiares—. Generalmente, es un latrocinio eficaz que llena las arcas de los que tienen derecho —solo ellos o ellas— a disfrutarlas.

Hemos leído sobre esa hacienda chilena, “Dignidad”, que era un paradigma de lo que escribo. Todo lo que peor se pueda uno imaginar, allí se dio (incluidas torturas políticas, tráfico de armas, etc.). Y lo peor, que los supervivientes se quedaron allí, pues no sabían a donde ir, no tenían otros horizontes en su vida que las alambradas del campo de prisioneros en que se había convertido aquello. Allí creo que malviven algunos. Al líder y factótum de la secta lo pescaron al fin y creo que murió en la cárcel —de cáncer (no penó todas las fechorías que había cometido)—, pero el mal que encarnaba ahí se quedó, latente.

¿Cómo pueden haber personas tan débiles o crédulas que caigan en los más absurdos de los montajes —arbitrarios los más— y, cuando se dan cuenta del engaño (pocas veces), ya es tarde…?

Entre los que no tienen tiempo para dedicarse a causas justas, razonables y útiles, están tantos procedentes de la burguesía adinerada, de las clases pudientes y explotadoras que necesitan una razón que les guíe. Algunos se declaran animalistas, lo cual no es malo (para nada) siempre y cuando no se anteponga al animal sobre la persona, dándole categoría y recursos que muchos de nuestra misma especie, los humanos, no tienen; no creo que se me interprete mal, pero hay quienes lo hacen. Y ahí es donde ya demuestran el ser sectarios (o sea miembros de secta), como cuando desean la muerte de quien no les sigue en sus mandatos. Otros declaran esto que ahora es muy moderno, lo de ser veganos (‘rechazar alimentos de origen animal’); que ya, quedarse en vegetarianos, es como cosa sin sustancia. No, veganos escascarados. Como si eso definiese progreso alguno en la evolución de la especie, que tantos cientos de miles de años quedan como anecdóticos. Volvemos a lo anterior; bien está quien cree que ese exclusivo régimen alimenticio es más saludable (lo que está por ver); peor quienes creen que además conlleva una especie de superioridad moral, ética y estética sobre los demás humanos comedores de todo. Para mí, esto es también autopista sectaria, implantada mayormente entre quienes no han sufrido ni pasado hambre ni necesidades, quienes no han pasado por las carencias básicas, quienes así pretenden estar al día entre otros que son igualmente egoístas como ellos (y vividores y explotadores de los demás).

Se decía que los vegetarianos eran mejores —por serlo— que los omnívoros; y eso demostró falacia (y el ejemplo mayor para ello fue el caso de Hitler, que también era animalista, pues quería mucho a su perra, pero mandó a la muerte a millones de personas).

Por supuesto, sectas podemos considerar a los partidos políticos que se estructuran alrededor de un o unos escasos dirigentes que los guían, dirigen, organizan y hasta representan —encarnando— partido indisoluble del líder. Tenemos ejemplos mil en el mundo; y, en España, no nos quedamos cortos. Y son sectas en tanto en cuanto al líder no se le cuestiona, haga lo que haga y diga lo que diga; y, en cuanto se le cuestiona, saca a relucir que sin su persona se cae el mundo (ya se sabe: «Muera yo y perezca el mundo»). Las fantochadas de uno son seguidas con fervor acrítico y solo falta que les mande al sacrificio; los desmanes e inepcia de otro ni se ven ni se consideran, aunque a todas horas se descubra uno nuevo y se caiga un país a pedazos; la hipocresía y destreza manipuladora del tercero se toma como ataque personal hacia sí, si alguien se atreve a cuestionarlo… Ahí está el poder de estas sectas, en que se han convertido esos partidos, para manejar a su antojo a los creyentes y seguidores, y que sigan tomando en serio y que sigan manteniendo en el poder a los que se alzan arriba de la pirámide.

Es así de claro. El entendimiento y la razón como motor de nuestras decisiones ya no cuentan. Nos cansa pensar por nosotros mismos y dejamos que otros, supuestamente, lo hagan. Es en lo que ha quedado esa democracia representativa (y basada en la legitimidad de la delegación del voto libre y secreto obtenido) que —lleva razón Guillermo Toledo— habría que depurar.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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