“Los pinares de la sierra”, 182

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

7. Pican, pican.

Sacó el talonario del bolsillo de la americana, lo abrió con cuidado, rellenó un cheque y se lo entregó a Portela con discreción.

―¿Al portador y sin barrar?

―Por favor, un caballero debe ser confiado cuando la persona con la que trata se lo merece. Pregúntale a un empresario como el señor Barroso, y te dirá lo mismo que yo; que los errores no se evitan con desconfianza, sino haciendo las cosas con cuidado. ¿Verdad amigo mío?

―Así es; sí señor.

Se hacía tarde. Después de haber disfrutado de aquella agradable comida en el campo, de haber compartido tan amena charla con aquellos señores que lo trataban con infinita consideración y haber tomado varias copas de coñac, Barroso se sintió entre amigos y decidió aprovechar la ocasión. Cogió familiarmente por el brazo al señor Velázquez, lo miró de frente, componiendo su sonrisa más sincera, y decidió meter baza en el asunto.

―Amigo mío, ¿sabe lo que estoy pensando? Que me acepte como socio en ese proyecto del que están hablando. Naturalmente, después de que mi abogado dé el visto bueno a la operación. Ya sabe que, en mi caso, el dinero no es problema.

―¿De qué me habla? Perdóneme Barroso, pero este asunto no es para usted. Esta es una compra para un grupo financiero o para una sociedad. Además, usted no lo necesita: tiene una próspera industria en el sector de la alimentación, a la que cuida como a la niña de sus ojos. Siga así; ya sabe lo que dicen del ojo del amo.

Tenía que aceptar que la respuesta fue decepcionante; pero sabía muy bien que el dinero es un imán para los hombres de negocios y, hasta la fecha, no conocía a nadie capaz de despreciar una importante inyección de capital.

―Pero una cosa así podría interesarme, para diversificar. ¿Me entiende? Yo soy un empresario serio, que nunca ha dejado de pagar una letra a su vencimiento. Y, si le digo que me interesa, es que me interesa de verdad.

―Querido Barroso. ¿Cómo puede asegurarme que le interesa un asunto en el que llevo trabajando más de año y medio, y del que usted conoce apenas unos datos? Guárdese su dinero. Como amigo suyo que me considero, prometo ayudarle con un trato preferencial en lo relativo a suministros. Cuente con ello. Créame que, en el poco tiempo que nos conocemos, le he tomado afecto. De verdad; pero comprenda que he adquirido ciertos compromisos con personas a las que no puedo defraudar.

―Pero si usted les habla, seguro que no se lo negarán.

―Pues claro que no; pero me pide algo muy difícil. Tenga paciencia. Le prometo que pensaré en usted la próxima vez que me surja un asunto interesante; pero, los trabajos relacionados con el hotel y el campo de golf ya están muy avanzados, y me veo en la enojosa obligación de agradecerle su confianza; pero desestimar su propuesta. En fin, no lo tome como algo personal. Espero que en una próxima ocasión tengamos el placer y la oportunidad de unir nuestras fuerzas.

En aquel momento, regresaron las señoras acompañadas de Claudia, que le recordó a Velázquez la cena que tenían en casa del concejal de urbanismo, y le sugirió que pasara antes por casa, a cambiarse de ropa.

―Es cierto; se ha hecho tarde y usted ―dijo, dirigiéndose a Barroso― querrá oír el partido del Español en la radio del coche. Por cierto, ¿con quién juega esta tarde?

―Con el Murcia, en La Condomina.

roan82@gmail.com

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