Por Fernando Sánchez Resa.
Se nos cayó el alma a los pies cuando el día 4 de marzo llegó una orden de traslado. Ahora, que ya creíamos habernos librado de la guerra… Se rumoreaba que iríamos al frente del Jarama; pero nadie lo sabía a ciencia cierta. Salimos a media tarde en formación y fuimos caminando (unos tres kilómetros) hasta las cercanías de Noheda. Allí esperamos (hasta las once de la noche) a los camiones que nos llevarían hacia Cuenca y a las cercanías de Madrid, por la carretera de Tarancón. El intenso frío que nos daba en la cara provocó, desde aquella noche, que sintiese un dolorcillo hacia la parte derecha del pecho, que no me abandonaría hasta que acabase la guerra.