Por Dionisio Rodríguez Mejías.
1.- Una experiencia tranquila y placentera.
Eran las diez la mañana de un espléndido sábado del mes de octubre; esa hora en que la gente sale a la calle a respirar el aire de la mañana, a pasear al perro por el barrio, a tomar un café o a comprar el periódico en el quiosco de la esquina. Olga llevaba fuera una semana. El hámster, con la loable intención de asegurarse mi afecto y protección, se embuchaba todo lo que le ponía en el comedero y cada mañana me saludaba con su carita pícara y simpática, para demostrarme que se encontraba bien conmigo y me aceptaba como jefe y mentor. El franquismo entraba en su fase terminal, yo había empezado el tercer curso de carrera, y en España soplaban nuevos vientos de libertad. Era la época del «Vive y deja vivir», de los conciertos de rock, de la cultura psicodélica y de la desinhibición de la juventud en materia de sexo.