78. Epílogo

Por Fernando Sánchez Resa.

Y para finiquitar, después de haber ido resumiendo a largo de más de tres años, en esta página web, la autobiografía Estampas de mi calvario (subtitulada Memorias de un fraile miliciano en la guerra española) del R. P. Claudio de Santa Teresa, ocd, pretendo agregar algunas aportaciones más a ese tema, dar razones del trabajo realizado y expresar un deseo personal.

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77. Al paso alegre de la paz

Por Fernando Sánchez Resa.

Era tal el gozo que sentía, que no pude dormir aquella noche. Aún no me había levantado cuando alguien me espera para saludarme. Es un páter muy simpático, capellán de la columna motorizada, que pronto ha de partir. Charlamos animadamente durante un buen rato, aunque habla escasamente el español, y afectuosamente se despide.

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76. Liberación de Yepes

Por Fernando Sánchez Resa.

Aún nos quedaba una jornada de andanzas y peregrinajes por la España roja: el traslado a Yepes (Toledo), distante a sólo doce kilómetros de Ocaña. Íbamos a salir por la tarde, aunque al final lo hicimos a las once de la noche, porque nuestro teniente (que se llamaba José) quiso celebrar su onomástica siendo 19 de marzo, día de san José. Para ello, organizó un gran baile de jefes y oficiales con la banda de música de la División. El trayecto lo hicimos a pie, pues la distancia era corta. No obstante, hubimos de cobijarnos en nuestras mantas, pues el vientecillo era bien frío. Yo, al no encontrarme bien, me ahogaba nada más llevar un kilómetro (acostumbrado, como estaba, a hacer cuarenta en cada jornada…). Terminé el recorrido con gran dificultad y esfuerzo por mi parte. Nos alojaron en una iglesia. Yo acomodé mi cama, resguardada de la fuerte corriente que circulaba, en un estrecho rincón que más parecía un nicho…

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75. En Ocaña

Por Fernando Sánchez Resa.

Acabamos de tomar el rancho del mediodía y nos instan a prepararnos para marchar a nadie sabe dónde. Sabiendo cómo va la guerra, intuimos que a la retaguardia. Estamos a 11 de marzo de 1939. Llegan los camiones y, en alocada carrera (que por suerte no nos despeñan o chocan con otros vehículos), vamos transitando entre densas nubes de polvo por desastrosas carreteras que nos llevan hacia el sur. Atravesamos Chinchón y Colmenar de Oreja, sin detenernos, hasta que, a media tarde, llegamos a Ocaña.

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74. En Valdelaguna

Por Fernando Sánchez Resa.

Se nos cayó el alma a los pies cuando el día 4 de marzo llegó una orden de traslado. Ahora, que ya creíamos habernos librado de la guerra… Se rumoreaba que iríamos al frente del Jarama; pero nadie lo sabía a ciencia cierta. Salimos a media tarde en formación y fuimos caminando (unos tres kilómetros) hasta las cercanías de Noheda. Allí esperamos (hasta las once de la noche) a los camiones que nos llevarían hacia Cuenca y a las cercanías de Madrid, por la carretera de Tarancón. El intenso frío que nos daba en la cara provocó, desde aquella noche, que sintiese un dolorcillo hacia la parte derecha del pecho, que no me abandonaría hasta que acabase la guerra.

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73. En Sacedoncillo

Por Fernando Sánchez Resa.

Al fin, en la mañana del 24 de febrero, llegaron unos camiones para transportarnos. Eran las ocho de la tarde cuando abandonamos las orillas del río Valdeazogue y, tras cuatro horas de viaje, llegamos a la capital de la provincia, habiendo pasado por las calles de Almadenejos. No paramos en Ciudad Real, como pensábamos, sino en un pueblo cercano (Miguelturra) donde nos bajamos y acampamos en un olivar. Aprovechando la instalación de las cocinas y la preparación del rancho, los soldados fueron por vino al pueblo (que lo había bueno y en abundancia). Como el rancho fue escaso, unos pocos granos de arroz y mucho caldo, el abundante vino hizo sus efectos desinhibidores… Y, al llegar la noche, nos montaron en un tren con rumbo desconocido.

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72. Camino de retaguardia

Por Fernando Sánchez Resa.

Además del hambre exagerada, había dos necesidades vitales que se dejaban ver en nuestra compañía: el calzado y la vestimenta… Era lastimoso y vergonzante comprobar que los soldados sólo tenían alpargatas destrozadas y harapos (al que llamaban traje o uniforme) para defenderse de las caminatas y del mal tiempo; lo que demostraba ser el colmo del abandono, del desastre y de la miseria. Yo tuve mejor suerte, gracias a Dios. Antes de salir de Martos, algunas caritativas almas me equiparon de ropa suficiente mientras yo me encargué de comprar dos pares de alpargatas (por 17 y 23 pesetas, respectivamente), que fueron un regalo en aquel tiempo de escasez.

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71. Retirada y hambre

Por Fernando Sánchez Resa.

Aquel día, como nuestra brigada quedaba en línea de fuego y necesitaba nuevos atrincheramientos (que hacía nuestra compañía), solamente nos retiramos dos o tres kilómetros, mientras las ametralladoras enemigas no cesaban de disparar y la aviación nos enviaba su estruendo de bombas. Nuestra compañía tuvo suerte; no así la Brigada 73, que tuvo muchísimas bajas. También acampó junto a nosotros una compañía de ametralladoras (que venía de Madrid), cuyo indisimulado objetivo era ametrallar a las propias fuerzas que huyesen del enemigo: era la puesta en práctica (ante nuestros ojos) de los métodos rojo‑bolcheviques de nuestra resistencia… Menos mal que nuestra brigada era muy aguerrida y pudo contener ese día el ataque de los nacionales; bueno…, era lo que le esperaba a la espalda…

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70. Bajo el fuego enemigo

Por Fernando Sánchez Resa.

Al fin los jefes se dieron cuenta de lo mal situados que estábamos: rodeados de la artillería y muy expuestos a los ataques de la aviación enemiga; por eso, nos trasladamos a otro sitio más seguro. Allí sólo dejamos la cocina desecha y los tres animales que habían sucumbido al bombardeo: dos mulos y el caballo de nuestro capitán.

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69. Herido

Por Fernando Sánchez Resa.

Faltaban dos horas para la llegada del día 24 cuando llegó un enlace, con la orden del día, al puesto de mando en el que me encontraba de guardia. Como los jefes y la plana mayor duermen, despierto al capitán y le entrego la orden. Parece que hay prisa: antes de rayar el día debemos partir. No sabemos hacia dónde. Los enlaces han ido a buscar a las secciones que se encuentran avanzadas. Nos reunimos todos y ya vamos marchando, encontrándonos por el camino con varios tanques pesados que vuelven del frente a la retaguardia y, paralelamente a nosotros (en las vecinas alturas), los batallones de las brigadas. ¿Adónde iremos? La mayoría piensa que avanzamos, pero los que conocemos la situación geográfica sabemos que huimos del frente, corriéndonos a un lado. Cogemos la línea férrea que baja a Córdoba y, a su lado, vamos caminando hasta Valsequillo, en donde permanecemos tres días cazando las abundantes liebres y perdices de sus contornos (sin que se escape ninguna) y recogiendo bellotas, pues el hambre se va sintiendo, ya que el pan lo han reducido a la mitad de su ración ordinaria.

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