“Barcos de papel” – Capítulo 30 e

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

5.- Un encuentro providencial.

Y una de aquellas tardes, al salir de las Galerías Avenida, nos encontramos. Yo llevaba al niño cogido de la mano, Olga salía con una bolsa y nos encontramos frente a frente. Yo me quedé helado, incapaz de reaccionar. Fue ella la que dio el primer paso y se dirigió a mí con su habitual desenvoltura.

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“Barcos de papel” – Capítulo 30 d

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

4.- El fin de Promociones Vilanova.

La victoria del socialismo supuso el principio del fin de Ramón Vilanova. Todo eran quejas, protestas y lamentos.

—Hemos conseguido hacer de España una de las naciones más prósperas y modernas de Europa, para que ahora vengan cuatro mindundis de izquierdas, que hasta aquí han vivido de la sopa boba, y pretendan llevarse el gato al agua.

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“Barcos de papel” – Capítulo 30 c

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

3.- Cómo ganar dinero sin arriesgar un céntimo.

En cuatro días, “El Colilla” se puso al corriente del negocio: hablaba de opciones de compra, tanteo y retracto, permutas, acciones, obligaciones, pagarés… Presentaba las ofertas de forma regular y la rueda del negocio empezaba a girar: Vilanova buscaba a los inversionistas para que aportaran el capital y yo gestionaba los proyectos en el Ayuntamiento. Para conseguir precios de compra competitivos, “El Colilla” recurría a mil estratagemas. Se hacía amigo del dueño del solar, se interesaba por la familia, prometía puestos de trabajo en grandes empresas ‑como había hecho conmigo‑ o les aseguraba un magnífico puesto de trabajo para sus herederos en el primer organismo oficial que se le venía a la imaginación, desde La Caixa a la Diputación de Barcelona.

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“Barcos de papel” – Capítulo 30 b

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

2.- Pagar por trabajar.

En vista de su eficacia y las operaciones tan interesantes que presentaba, Vilanova me propuso organizar una comida de negocios con “El Colilla”. Elegimos el Gorría, un restaurante de cocina vasco‑navarra que acababan de inaugurar en la calle Diputación, entre Sicilia y Cerdeña. Después de unos minutos de charla, sin intención aparente, Vilanova inició su estrategia de aproximación.

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“Barcos de papel” – Capítulo 30 a

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

1.- El fichaje de “El Colilla”.

Con la ayuda de Roser, aquel mismo curso terminé la carrera; tres años más tarde nos casamos y tuvimos un hijo, que era la viva estampa de Vilanova. Dejé el gabinete de Borras Asociados para trabajar en PROVISA, al lado de mi suegro. Hasta 1982 no tuvimos más preocupaciones que buscar los mejores resultados económicos y vencer ese miedo instintivo, que sentimos los pobres, a perder algún día el fruto de nuestro trabajo. En consecuencia, me volqué de lleno en la actividad inmobiliaria: era el encargado de tratar con los Bancos y conseguir los préstamos hipotecarios, me cuidaba de la publicidad, visitaba las obras, estudiaba los proyectos y me encargaba también de crear un fondo de inversión ‑parecido a las pólizas que vendía en mi anterior empresa‑, para rentabilizar los ahorros de amigos y conocidos. Podría decirse que aquello para mí no era un trabajo, sino una diversión. Poco a poco, le cogí el aire al negocio y cada año poníamos en marcha una nueva promoción.

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“Barcos de papel” – Capítulo 29 h

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

8.- El final de la historia.

Pero lo que de verdad no me esperaba es lo que ocurrió a continuación. Ante la puerta, con la boca y los ojos muy abiertos, estaba Roser, que, al verme rodeado de policías y con la camisa manchada de sangre, dudó por un momento; pero, al instante, me abrazó, ocultando su cara contra mi pecho, sin levantar la vista del suelo.

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“Barcos de papel” – Capítulo 29 g

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

7.- Ante el señor juez.

No me atrevía a coger el sobre. Pensaba que, si la policía lo descubría en mi poder, sería mi ruina; pero, al ver que los guardias regresaban, lo metió en el bolsillo de mi chaqueta como un relámpago, y no pude negarme. Los agentes le preguntaron al “Grillo” algo que no pude entender; y, en ese momento, me llamaron por el nombre y mis dos apellidos. Custodiado por dos policías, entré en un cuartucho sucio y mal iluminado, que tenía cerrada la ventana y olía a tabaco y a humedad de manera insoportable. El suelo era de terrazo barato: una combinación de baldosas blancas y negras, como un tablero de ajedrez. Parecía el desahogo de una bodega. Me indicaron una silla, y ellos se quedaron de pie, junto a la puerta. En un ambiente tan sórdido como aquel, me tranquilizó la agradable expresión del señor juez. Era un hombre mayor, con gafas, traje gris, corbata negra, enjuto, de aspecto cansado y somnoliento, que no dejaba de fumar.

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“Barcos de papel” – Capítulo 29 f

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

6.- Un encuentro imprevisible.

Los guardias lo dejaron a mi lado, sentado en el banco del pasillo, y se alejaron por el fondo. Al principio, tuve la sensación de que no me había reconocido; pero, enseguida, cayó en la cuenta de quién era y me dio un abrazo.

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“Barcos de papel” – Capítulo 29 e

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

5.- En el juzgado.

Nos rodeó un considerable número de curiosos, nos separaron y, poco antes de que llegara la Guardia Urbana, todo se calmó. Pensaba que la cabeza me iba a estallar. Al ver que el de la moto no dejaba de sangrar, lo llevaron a un dispensario, y a mí me pidieron la documentación del coche y el carné de conducir. Abrí la guantera, saqué los papeles, cogí la chaqueta del asiento trasero y entregué al guardia la documentación. Después de comprobar que todo estaba en orden, me pidieron que les acompañara y que la Urbana se ocuparía de retirar el coche.

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“Barcos de papel” – Capítulo 29 d

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

4.- Un golpe de rabia y celos.

Santamaría nos había engañado a los dos. Le mandó decir a Mari Luz que estaba de viaje, pero no era verdad. La estaba esperando para seducirla con sus mentiras. Al recordar las humillaciones que tuve que aguantar, mi cerebro hervía con un odio irrefrenable. Lleno de rabia y de celos, abrí el capó, cogí su equipaje y lo tiré en medio de la acera. Era una locura tan cruel, que aún me da miedo recordarla.

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