73. En Sacedoncillo

Por Fernando Sánchez Resa.

Al fin, en la mañana del 24 de febrero, llegaron unos camiones para transportarnos. Eran las ocho de la tarde cuando abandonamos las orillas del río Valdeazogue y, tras cuatro horas de viaje, llegamos a la capital de la provincia, habiendo pasado por las calles de Almadenejos. No paramos en Ciudad Real, como pensábamos, sino en un pueblo cercano (Miguelturra) donde nos bajamos y acampamos en un olivar. Aprovechando la instalación de las cocinas y la preparación del rancho, los soldados fueron por vino al pueblo (que lo había bueno y en abundancia). Como el rancho fue escaso, unos pocos granos de arroz y mucho caldo, el abundante vino hizo sus efectos desinhibidores… Y, al llegar la noche, nos montaron en un tren con rumbo desconocido.

Atravesamos La Mancha durante toda la noche y amanecimos en tierras conquenses, hasta que llegamos, a las cuatro de la tarde, del día 25, a la estación de Chilarón que está a once kilómetros de Cuenca. La caravana de autobuses y camiones, que se formó para trasladarnos a los pueblos del interior, fue extensa. A nosotros nos tocó en suerte un pequeño pueblecito de 76 habitantes, situado en la carretera de Alcalá de Henares, Sacedoncillo, adonde llegamos al atardecer, ubicándonos en su iglesia. En el coro, nos acomodamos la plana mayor…

La vida allí era tranquila y, aprovechando el hambre que llevábamos, recorrimos los pueblos vecinos (Villar de Domingo García, Villalvilla y Noheda) y otros más lejanos, buscando alimentos, que eran bastante caros; pero como el dinero nunca nos faltaba, pues siempre disponíamos de mil pesetas en el bolsillo, comprábamos lo que fuese y a cualquier precio. El pan (a cinco pesetas el kilo), los huevos (a cinco y seis pesetas cada uno), el aceite para freírlos (a tres pesetas), nos producían contento poderlos encontrar.

Por las radios clandestinas del pueblo del Villar, nos enteramos de las disensiones que tenían comunistas y moderados en el campo rojo. La superioridad quedó informada (por telegramas) de que Azaña había dimitido y quisieron darle visos de legalidad ante nuestros ojos, aunque a los que estábamos enterados de la constitución republicana (y teníamos memoria) no nos la pudieron dar con aquel queso… ¡Era el derrumbamiento de todo el tinglado rojo…!

Sin mayor novedad, pasé aquellos días en Sacedoncillo, escribiendo cartas en mis ratos libres a Martos, Canena y Jaén desde donde recibía regular correspondencia. Ya les anunciaba a mis amigos una pronta visita, pues preveía mi licencia próxima. Parece que no me equivoqué: el Generalísimo Franco lo haría a los veinticinco días…

Úbeda, 11 de julio de 2015.

fernandosanchezresa@hotmail.com

Deja una respuesta