74. En Valdelaguna

Por Fernando Sánchez Resa.

Se nos cayó el alma a los pies cuando el día 4 de marzo llegó una orden de traslado. Ahora, que ya creíamos habernos librado de la guerra… Se rumoreaba que iríamos al frente del Jarama; pero nadie lo sabía a ciencia cierta. Salimos a media tarde en formación y fuimos caminando (unos tres kilómetros) hasta las cercanías de Noheda. Allí esperamos (hasta las once de la noche) a los camiones que nos llevarían hacia Cuenca y a las cercanías de Madrid, por la carretera de Tarancón. El intenso frío que nos daba en la cara provocó, desde aquella noche, que sintiese un dolorcillo hacia la parte derecha del pecho, que no me abandonaría hasta que acabase la guerra.

Al amanecer del día 5, llegamos a nuestro destino, Valdelaguna, un pueblecito con mucho tránsito, pues estaba en la única carretera de acceso a Madrid. Tenía 775 habitantes y estaba situado entre Chinchón y Belmonte del Tajo.

Allí comenzamos nuevamente a padecer hambre, pues no había nada en venta. Tras comprar zanahorias el primer día, el alcalde lo prohibió; por eso, los soldados tuvimos que recorrer los campos vecinos hasta encontrar una huerta, un tanto alejada, adonde íbamos (al anochecer) a buscar este preciado bulbo.

En esos días, quedamos enterados de la intentona comunista en la España roja, pues veíamos el constante ir y venir de los aviones rojos sobre Madrid (para bombardear a los comunistas en sus reductos) y lo palpábamos también en el trasiego de la multitud de tropas que la Junta de Defensa enviaba a la capital de España y que pasaban por la carretera de Valdelaguna. Como muchos de nuestros jefes eran comunistas y simpatizantes de los sublevados, los veíamos inquietos y nerviosos, sin saber a qué carta quedarse. Eso fue lo que nos salvó de entrar en el conflicto, pues la Junta nos hubiese exterminado al ir a favor de los comunistas; por eso, exigió a nuestros jefes superiores su sumisión…

Como dice un afamado proverbio: «No hay mal que por bien no venga…». Como la Junta no se fiaba de nuestra brigada, no nos envió a sofocar a los comunistas, sino que nos tuvo vigilados e inactivos. Los pobres soldados estábamos encantados de no tener que actuar con las armas y de ir retirándonos cada día más a la retaguardia, para descansar. Parecía premonitoria mi repetida máxima: «A la suerte, no hay que ir a buscarla, sino dejarla venir…».

Úbeda, 12 de julio de 2015.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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