La Vía del Sureste – 01 c

Por Manuel Almagro Chinchilla.

Historia de una peregrinación desde Tíscar a Santiago de Compostela

Introducción (y III)

Este era el bagaje filosófico con el que llegué a Tíscar, cuando decidí instalarme en Cazorla y Pozo Alcón, quedando integrado en su mundo maravilloso, abrupto y salvaje, desconocido aún hoy por gran parte de los mortales. Llegué a un lugar donde el ser humano, desde que empezó a tomar conciencia propia y de su entorno, situó el súmmum de la divinidad, llevado, sin duda, por las alegorías indescriptibles y fantasmagóricas del paisaje. Desde el siglo I ya era venerada la imagen de la virgen de Tíscar en una gruta de la Cueva del Agua, seguramente reemplazando a alguna deidad prehistórica.

El paraje invita al descanso y a la reflexión; algo a lo que no es fácil substraerse, máxime si forma parte del final de una larga jornada de exploración de los innumerables abrigos y oquedades de la zona, algunos de ellos con vestigios rupestres. Fue el caso sucedido, con el que cuento en mi haber, que dio origen al desarrollo de esta historia: un día 25 de julio, festividad de Santiago apóstol, tras una ajetreada caminata de las de costumbre, sentado en el suelo de la pudorosa plaza de Tíscar, con la espalda apoyada en la pétrea pared del Santuario, contemplaba absorto el impresionante escenario que se abría ante mí. Pasaba por mi mente el pasado de este lugar, con su indescifrable historia en la que caben todo tipo de especulaciones. Quise ponerle nombre a una trama todavía no escrita, definida por tres palabras presentes en ese momento allí: “Tíscar”, “Caminata” y “Santiago”. Era como una incitación, una provocación a ponerlas en movimiento que llenaran de armonía esos tres vocablos. Alguien o algo que bullía dentro de mí me estaba proponiendo un reto; conocedor, sin duda, de mi pasión y, por qué no, de mis posibilidades y afición a lo desconocido y a la aventura. Una idea que acepté e inmediatamente traté de darle forma desde ese mismo instante.

Estábamos en el año 1997, consagrado por la iglesia al Espíritu Santo. La idea acababa de ser concebida, se trataba sencillamente de ir caminando a Santiago de Compostela desde ese mismo lugar: Tíscar. El resultado fue poner manos a la obra, asumir desde el primer momento la conversión de la idea en una realización práctica, plasmar en imágenes reales todo lo que la imaginación daba de sí partiendo de la realidad existente: lugar de salida, lugar de llegada, fechas, tiempos, medios disponibles…, así como analizar la información generada a lo largo de la historia sobre este fascinante flujo peregrino. Así se fraguó el proyecto.

 

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