Por Fernando Sánchez Resa.
JUEVES, 13.
La mañana de Cudillero se presentó lluviosa y desapacible. Llovió bastante (como es costumbre por allí) e hizo una mañana desagradable, mientras en el sur de España también hizo mal tiempo, cual paréntesis veraniego, según nos contaron o escribieron familiares y amigos. Esa mañana iba caminando con Mónica por el puerto de Cudillero y me pitan insistentemente con el claxon de un coche: eran nuestros amigos Balta y Joaquina, con sus dos hijas, que estaban parando en Oviedo estos días y, ese día precisamente, habían venido a visitar esta zona… ¡Casualidades de la vida!
Cudillero.
Cuando fuimos a la oficina de turismo, que está enclavada un poco antes de la entrada del pueblo, había un guía local anunciándose por lo que nos apuntamos a su visita guiada por el módico precio de cuatro euros por persona. Resultó curiosa y provechosa: hora y media pateando este famoso puerto pesquero, único en la costa asturiana, según nos apuntó el guía, en la que antaño no se veían sus casas porque estaban tras la alta y abrigada montaña, hasta que hicieron las obras del puerto y la cortaron. Ahora es una postal identificativa ver las casas colgadas en la montaña, nada más entrar en coche o andando… Andorreamos sus calles, muy estrechas, bajo la incansable lluvia. Cudillero nos resultó menos limpia de lo que la imaginábamos… Empezamos la visita atravesando un largo pasaje subterráneo por donde discurre un caudaloso arroyo, con dos acerados a sus lados para poder caminar. Al final llegamos al barrio del Tocote («¿te tocó?»), porque así se preguntaban (unos a otros) los pescadores de esas viviendas de protección oficial al ser rifadas entre la población y que todavía conservan sus fachadas con diversos y llamativos colores. El amable guía nos refirió diferentes explicaciones, aunque todas son leyendas urbanas, graciosas de oír y difíciles de creer…. Anoto una de ellas: cada pescador, para distinguir su casa desde la lejanía del mar, la pintaba del mismo color que su barca… Nos mostró la capilla gótica del Humilladero, su antiguo cine, diversas casas señoriales con sus características cristaleras, reafirmando lo que todos ya sabíamos: que todas ellas las construyeron la generación de los abuelos al albur de su floreciente negocio, las mantuvieron sus hijos y las vendieron sus nietos. Este proceso, actualmente en España, se ha acelerado y/o acortado en ciertos ambientes, porque es el padre el que monta el negocio o patrimonio familiar y el que lo vende o dilapida es su propio hijo… Atravesamos su dédalo de calles y ascendimos a las alturas a pie, hasta que llegamos a la famosa “casa del pintor” desde donde se contemplan unas vistas extraordinarias del puerto y la entrada a la ciudad; y allí mismo, en su balconada, el guía nos hizo varias fotos a todo el grupo, y por parejas, en plan romántico y amoroso, para exhibirlas en su página web que a lo mejor hasta visitamos…
Curadillo con patatas y pimiento rojo.
Cuando acabó la visita guiada comimos en uno de los restaurantes recomendados por el guía. Todo estuvo muy bueno y sabroso, excepto el plato típico de Cudillero: el Curadillo, un pescado que parecía tener ternillas por dentro ya que es un pez cartilaginoso, cual pequeño tiburón, que se deja resecar a la intemperie. Nos encantó el pulpo a la gallega, la sartén de chorizo criollo… y la completa y apetitosa mariscada que se zamparon los que estaba al lado de nosotros.
En Cudillero compré unos pendientes de quiastolita para mi esposa (siempre es bueno tener detalles con el amor de su vida…) que son muy chulos pues este material tiene la particularidad de que en cuanto se rompe le sale una cruz de cuatro brazos iguales…; y también nos llevamos la cerámica negra y marrón típica de Cudillero mientras aprovechamos para charlar con la dueña del negocio que, por cierto, conocía Úbeda pues vino hace muchos años y tuvo la suerte de conocer al Tito fundador de la saga de estos grandes ceramistas ubetenses…
Luego improvisamos un par de visitas, ante el tiempo tan malo y desapacible, yendo a la playa de la Concha de Arnedo, cuyas veredas de acceso al litoral son extraordinariamente bonitas y pobladas de abundante y frondosa vegetación, habiendo
Pasarela hacia la playa de la Concha de Arnedo.
una larga pasarela de madera que llega al final, y que va junto al río que desemboca en el mar. Como hacía mal tiempo la mar estaba endemoniada y no había nadie para bañarse, solo cuatro locos como nosotros, como es natural, aspirando naturaleza; pero la soledad de la playa, su agreste y rocosa costa mantenían intacta su bella y original postal turística…
Después fuimos buscando el faro de Vidio, conduciendo por sus tortuosas carreteras comarcales y bajo los gigantescos pilares de la autovía, hasta que logramos llegar a él; no sin antes habernos perdido alguna que otra vez por seguir al GPS que con la tormenta y el mal tiempo padecía de su particular mala memoria. Corría un viento impresionante que rugía, y casi te llevaba, en el faro de Vidio… Yo estuve a punto de salir volando en el faro pero mi peso lo impidió: para estas ocasiones es mejor ser un hombre de peso…
Y al fin llegamos: parecía aquello el fin del mundo en todo lo alto, con un viento huracanado, una mar picada y revuelta golpeando las rocosas, altas e intrincadas costas y farrallones. Cuando aparcamos el coche, junto a la construcción del faro, el viento bramaba de tal manera que hasta el vehículo se movía y la cámara de fotos tenías que tenerla bien cogida con las dos manos para echar las fotos pues salían movidas o se la llevaba el potente viento… Mi hija y yo nos adentramos hasta cerca del precipicio con tal de saborear el momento y hacer las fotos que luego podríamos recordar y exhibir ante familiares y amigos para demostrarles que habíamos llegado al “fin del mundo” en un día complicado… Incluso hicimos nuestro propio selfish (foto
Selfish en el faro de Vidio.
egoísta); no íbamos a ser menos, aunque no teníamos el adminículo del largo brazo artificial para que la foto saliese más alejada… Luego, nos premiamos con unos helados en un bar llamado El Café, ya tierra adentro, donde el viento no nos protestaba con tanta furia.
Y para rematar la jornada, en esta tarde gris y lluviosa: recorrido por las impresionantes construcciones de los emigrados asturianos, llamados “indianos”, que hicieron fortuna en América y volvieron a Somao, su tierra natal, a fardar ante sus paisanos con estas construcciones ostentosas, bonitas y extraordinarias que hacen famoso a este lugar…
Somao.