Como dije anteriormente, en la cárcel de Jaén, encontré a muchos conocidos y amigos: seglares, sacerdotes y religiosos… Entre los primeros, tuve la suerte de conocer a un verdadero amigo canenero (de Canena, Jaén), Santos Ortega Ponce, que aprecié por su mucha bondad, rectitud y religiosidad. Si antes ya nos teníamos aprecio, en la cárcel, la adversidad y el infortunio acrecentaron nuestros mutuos lazos de amor y fraternidad formando unas suaves y blandas cadenas que trabaron nuestros corazones… Siempre íbamos buscándonos para mirarnos, consolarnos y rezar diariamente (en su dormitorio) nuestras oraciones y plegarias al Señor. Era yo quien me desplazaba a su apartamento, al estar más apartado, tener menor vigilancia y ser más fácil ejercer el ministerio sacerdotal. También nos juntábamos para entretenernos, haciendo labores y filigranas que regalábamos a bienhechores y amigos. Si había tiempo, paseábamos por los patios, distrayéndonos con piadosas pláticas y conversaciones.
Siempre fue él quien me ayudó y consoló en mis necesidades: dándome el pan que sus familiares le traían, cuando no había en la cárcel; siendo mi solícito enfermero cuando estuve enfermo; y ejerciendo de incondicional encargado para buscarme lo que necesitase… Vivíamos como hermanos: compartíamos a partes iguales, alegrías y amarguras, dando siempre gracias a Dios; y, cuando nos llegaba la adversidad, llevábamos su amarga cruz, consolándonos y ayudándonos…
Al tener que separarnos, tras algo más de un año juntos en las cárceles de Jaén y Fuerte del Rey, sentí cómo se me marchaba el verdadero amigo, el compañero fiel de las tareas cotidianas, el querido hermano con quien comía el amargo pan de la tribulación y la adversidad, compartiendo siempre las penas y las alegrías, las tristezas y los consuelos…
Úbeda, 22 de abril de 2014.