Nada más sonar la corneta, abren la puerta de los barrotes de hierro y se produce una estampida para salir, por los corredores, al patio. Entonces, me avisan que me busca un oficial de prisiones. Creo saber quién es…
Bajo las escaleras y me lo encuentro: es un cuñado de las hermanas que tanto me favorecieron en Úbeda. Pertenecía a aquella bienhechora familia que me recibió al salir del hospital y que tanto me había ayudado después. Habían transcurrido más de cincuenta días desde que me había marchado y todos estaban muy intranquilos… Enterado de que el P. Claudio estaba preso en esta cárcel, consultó la relación de los ingresados el día anterior, en el puesto interino de oficiales, quedando defraudado; aunque al observar un nombre con dos apellidos tan vascos (y seguidos), que son infrecuentes en estas tierras, se convence y viene a buscarme…
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