La prudencia personificada…

Esto era una vez…

Un tímido y recatado niño que, desde que vino al mundo, siempre fue querido y educado, con sumo mimo y cuidado, por sus padres y maestros. ¡Todos lo querían tanto…¡ Y es que él se hacía de querer, allá donde estuviese…

Tenía las mismas aficiones y anhelos que cualquier niño de su edad: jugar, hacer trabajos manuales, dibujar, charlar con sus amigos…; en definitiva, pasárselo bien sin molestar a nadie (cosa harto difícil para otros sectores del género humano infantil…). Pero él tenía ese don especial, que Dios y sus padres le habían regalado…

Por eso, a veces, a lo largo de su vida tuvo ciertos problemas relacionales, pues algunos de sus compañeros confundían (como suele pasar muchas veces…) prudencia ‑o timidez‑ con escasez de inteligencia ‑o falta de valentía‑ para afrontar las situaciones más conflictivas y violentas… No le gustaba la agresividad, ¡qué le iba a hacer…! No era su moneda de curso legal en el trato cotidiano con sus iguales…

Hasta que se fue haciendo mayor y sus verdaderos amigos lo comprendieron y respetaron, pues sabían que él era “la prudencia personificada”, colmada de una aguda inteligencia, que le hicieron conseguir una brillante licenciatura en matemáticas, conociendo (en la universidad) a otra chica que le complementaba y amaba sobremanera; lo que llenó plenamente su vida (y la de sus padres…).

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