“El sí de las niñas”

de Leandro Fernández de Moratín

ACTO III

Escena VIII

don diego (dd): ¿Usted no habrá dormido bien esta noche?
doña francisca (df): No, señor. ¿Y usted?
DD: Tampoco.
DF: Ha hecho demasiado calor.
DD: ¿Está usted desazonada?
DF: Alguna cosa.
DD: ¿Qué siente usted? (Siéntase junto a doña Francisca.)
DF: No es nada… Así un poco de… Nada…, no tengo nada.
DD: Algo será, porque la veo a usted muy abatida, llorosa, inquieta… ¿Qué tiene usted, Paquita? ¿No sabe usted que la quiero tanto?
DF: Sí, señor.
DD: Pues ¿por qué no hace usted más confianza en mí? ¿Piensa usted que no tendré yo mucho gusto en hallar ocasiones de complacerla?
DF: Ya lo sé.

DD: ¿Pues, cómo, sabiendo que tiene usted un amigo, no desahoga con él su corazón?
DF: Porque eso mismo me obliga a callar.
DD: Eso quiere decir que tal vez soy yo la causa de su pesadumbre de usted.
DF: No, señor; usted en nada me ha ofendido… No es de usted de quien yo me debo quejar.
DD: Pues ¿de quién, hija mía…? Venga usted acá… (Acércase más.) Hablemos siquiera una vez sin rodeos ni disimulación… Dígame usted: ¿no es cierto que usted mira con algo de repugnancia este casamiento que se le propone? ¿Cuánto va que si la dejasen a usted entera libertad para la elección no se casaría conmigo?
DF: Ni con otro.
DD: ¿Será posible que usted no conozca otro más amable que yo, que la quiera bien, y que la corresponda como usted merece?
DF: No, señor; no, señor.
DD: Mírelo usted bien.
DF: ¿No le digo a usted que no?
DD: ¿Y he de creer, por dicha, que conserve usted tal inclinación al retiro en que se ha criado, que prefiera la austeridad del convento a una vida más…?
DF: Tampoco; no señor… Nunca he pensado así.
DD: No tengo empeño de saber más… Pero de todo lo que acabo de oír resulta una gravísima contradicción. Usted no se halla inclinada al estado religioso, según parece. Usted me asegura que no tiene queja ninguna de mí, que está persuadida de lo mucho que la estimo, que no piensa casarse con otro, ni debo recelar que nadie me dispute su mano… Pues ¿qué llanto es ése? ¿De dónde nace esa tristeza profunda, que en tan poco tiempo ha alterado su semblante de usted, en términos que apenas le reconozco? ¿Son éstas las señales de quererme exclusivamente a mí, de casarse gustosa conmigo dentro de pocos días? ¿Se anuncian así la alegría y el amor? (Vase iluminando lentamente la escena, suponiendo que viene la luz del día.)
DF: Y ¿qué motivos le he dado a usted para tales desconfianzas?
DD: ¿Pues qué? Si yo prescindo de estas consideraciones, si apresuro las diligencias de nuestra unión, si su madre de usted sigue aprobándola y llega el caso de…
DF: Haré lo que mi madre me manda, y me casaré con usted.
DD: ¿Y después, Paquita?
DF: Después…, y mientras me dure la vida, seré mujer de bien.
DD: Eso no lo puedo yo dudar… Pero si usted me considera como el que ha de ser hasta la muerte su compañero y su amigo, dígame usted: estos títulos ¿no me dan algún derecho para merecer de usted mayor confianza? ¿No he de lograr que usted me diga la causa de su dolor? Y no para satisfacer una impertinente curiosidad, sino para emplearme todo en su consuelo, en mejorar su suerte, en hacerla dichosa, si mi conato y mis diligencias pudiesen tanto.
DF: ¡Dichas para mí…! Ya se acabaron.
DD: ¿Por qué?
DF: Nunca diré por qué.
DD: Pero ¡qué obstinado, qué imprudente silencio…! Cuando usted misma debe presumir que no estoy ignorante de lo que hay.
DF: Si usted lo ignora, señor don Diego, por Dios no finja que lo sabe; y si en efecto lo sabe usted, no me lo pregunte.
DD: Bien está. Una vez que no hay nada que decir, que esa aflicción y esas lágrimas son voluntarias, hoy llegaremos a Madrid, y dentro de ocho días será usted mi mujer.
DF: Y daré gusto a mi madre.
DD: Y vivirá usted infeliz.
DF: Ya lo sé.
DD: Ve aquí los frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla a que desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación. Las juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el temperamento, la edad ni el genio no han de tener influencia alguna en sus inclinaciones, o en que su voluntad ha de torcerse al capricho de quien las gobierna. Todo se las permite, menos la sinceridad. Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con tal que se presten a pronunciar, cuando se lo manden, un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo.
DF: Es verdad… Todo eso es cierto… Eso exigen de nosotras, eso aprendemos en la escuela que se nos da… Pero el motivo de mi aflicción es mucho más grande.
DD: Sea cual fuere, hija mía, es menester que usted se anime… Si la ve a usted su madre de esa manera, ¿qué ha de decir…? Mire usted que ya parece que se han levantado.
DF: ¡Dios mío!
DD: Sí, Paquita; conviene mucho que usted vuelva un poco sobre sí… No abandonarse tanto… Confianza en Dios… Vamos, que no siempre nuestras desgracias son tan grandes como la imaginación las pinta… ¡Mire usted qué desorden éste! ¡Qué agitación! ¡Qué lágrimas! Vaya, ¿me da usted palabra de presentarse así…, con cierta serenidad y…? ¿Eh?
DF: Y usted, señor… Bien sabe usted el genio de mi madre. Si usted no me defiende, ¿a quién he de volver los ojos? ¿Quién tendrá compasión de esta desdichada?
DD: Su buen amigo de usted… Yo… ¿Cómo es posible que yo la abandonase…, ¡criatura…!, en la situación dolorosa en que la veo? (Asiéndola de las manos.)
DF: ¿De veras?
DD: Mal conoce usted mi corazón.
DF: Bien le conozco. (Quiere arrodillarse; don Diego se lo estorba, y ambos se levantan.)
DD: ¿Qué hace usted, niña?
DF: Yo no sé… Qué poco merece toda esa bondad una mujer tan ingrata para con usted…! No, ingrata no; infeliz… ¡Ay, qué infeliz soy, señor don Diego!
DD: Yo bien sé que usted agradece como puede el amor que la tengo… Lo demás todo ha ido… ¿qué sé yo…?, una equivocación mía, y no otra cosa… Pero usted, inocente!, usted no ha tenido la culpa.
DF: Vamos… ¿No viene usted?
DD: Ahora no, Paquita. Dentro de un rato iré por allá.
DF: Vaya usted presto. (Encaminándose al cuarto de doña Irene, vuelve y se despide de don Diego besándole las manos.)
DD: Sí, presto iré.

¿QUÉ DECISIÓN TOMARÍAS DE ESTAR EN ESTA SITUACIÓN?

1.ª fase: Comprensión del texto y del contexto. Usa diccionarios, manuales de Literatura y cualquier fuente que te ayude a comprender la situación.

2.ª fase: Cada participante, individualmente, escribirá la solución que considere correcta.

3.ª fase: Se forman equipos de seis personas, se nombra un monitor, y se leen en voz alta todas las soluciones, que han de estar razonadas. Se agrupan las coincidentes, para exponerlas por separado a toda la clase.

4.ª fase: Si en la exposición general hay razones contradictorias, los diferentes monitores deberán defender las de su propio equipo con los argumentos que habrán recibido en la fase 3.ª.

5.ª fase: Se hará una evaluación general de las soluciones aportadas.

CONCLUSIONES

Doña Francisca no debe casarse con don Diego por varias razones:

1. Porque no ama a don Diego.

2. Porque está enamorada de don Carlos, el sobrino de don Diego.

3. Porque la diferencia de edad es muy grande.

4. Porque así acaba con la tiranía de doña Irene, madre de doña Francisca, que le impone un matrimonio no deseado por interés económico, como era costumbre en la época.

5. Porque supone la infelicidad de tres personas directamente implicadas en el caso; y de algunas otras de forma indirecta.

Don Diego no debe aceptar la celebración de ese matrimonio por varias razones:

1. Porque se sentiría incómodo, ya que su mujer ama a otro.

2. Porque sería el culpable de la infelicidad de tres personas.

3. Porque rompería una lanza en favor de la libre elección de cónyuge por parte de los hijos, sin la presión de los padres.

FRASES

No nos casaríamos con un hombre tan mayor y al cual no amamos.

De llevar ese matrimonio a cabo, sería un completo fracaso para ambas personas.

La diferencia de edad no es un obstáculo para dos enamorados, si se quieren de verdad.

SOBRE EL MÉTODO DE TRABAJO

·       Nos ayuda a comprender mejor los textos y a tener más participación en la clase, nos ayuda a razonar, a tener sentido crítico y a mejorar nuestro vocabulario en público. También hemos observado que las clases, al ser más participativas, se hacen más amenas.

·       Conocemos pensamientos y costumbres de las distintas épocas que estudiamos. Cambiamos impresiones. Aprendemos a trabajar en equipo.

·       Es una forma didáctica de entrar profundamente en el tema de la obra y poder sentir el punto de vista del autor y ponernos en la situación de los personajes.

La enseñanza es amena y no nos aburrimos. Hay colaboración y comunicación entre los compañeros. Al entrar en debate, podemos expresar nuestras ideas con libertad. La clase es activa. La comprensión de los textos es más fácil. Comprendemos la personalidad y la actitud de los personajes, así como la época. En caso de opiniones enfrentadas, fomenta la limpia competitividad. En resumen, nos gusta más.

berzosa43@gmail.com

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