Un puñado de nubes, 54

10-06-2011.

No fueron fáciles las gestiones que Juan tuvo que hacer en el banco. Procuró seguir al pie de la letra las instrucciones de su padre. No era una cantidad habitual que un cliente retirara sin previo aviso. El cajero puso algunos reparos.

Había pasado casi una hora, cuando subía de nuevo la escalinata de la entrada de la comisaría. La cola de peticionarios de documentos no parecía haber menguado. Le preocupaba Rosalva y no se entretuvo nada más que para hablar con el policía que cubría la puerta. ¿Cómo habría llevado la espera allí sola, en aquel despachillo destartalado?

El guardia de la segunda planta no lo reconoció y tuvo que empezar de nuevo, diciendo que el agente Navarro lo estaba esperando; que había ido a hacer una gestión y ya estaba de vuelta…

 —¿Así que Navarro, eh…?

—Sí —respondió Juan, con rudeza, a la irónica pregunta del policía—.

Golpeó ligeramente la puerta del habitáculo donde había dejado una hora antes a Rosalva y Navarro. Oyó un ruido adentro.

—¿Juan? —preguntó una voz de hombre, sin terminar de abrir—.

—¿El agente Navarro?

Se descorrió después de una breve espera un cerrojillo desde dentro y asomó el rostro chulesco del policía.

—Mucho has tardado. Creíamos —y se dirigió con la mirada a la muchacha que, sentada en la silla del asiento de plástico descolorido, parecía pálida y triste—, que te habías pirado con el dinero y abandonado a tu palomita en las garras del gavilán.

Las palabras de Navarro golpeaban con dureza las sienes de Juan. Rosalva parecía no atreverse a mirarlo cara a cara, como antes de que saliera a buscar el dinero. Tenía el presentimiento de que, en su ausencia, allí dentro había ocurrido algo. Temió lo peor de aquel cínico.

—No ha sido fácil.

—Fácil nunca hay nada. El que algo quiere algo le cuesta.

—¿Está listo ya el pasaporte? —preguntó Juan desconfiado—.

Navarro no contestó, pero hizo un gesto con la cabeza, al mismo tiempo que extendía la mano derecha, reclamándole el dinero. Cerró la puerta para que nadie viera el tejemaneje. Juan sacó de un bolsillo de la chaqueta un abultado sobre color caña y se lo entregó

—¿Billetes pequeños, como te dije?

—Puede comprobarlo.

Eduardo Navarro entreabrió el sobre y, con habilidad, pasó las yemas de los dedos por el borde de los billetes como si contara y repasara.

—¿No me habrás timado? Mira que aún está en el aire el documento para esta belleza seductora —dijo el policía, al mismo tiempo que se acercaba a Rosalva y le colocaba una mano sobre el hombro—. Un diamante de muchos quilates…

—Cuéntelos —respondió Juan, molesto por el detalle de familiaridad que tenía el policía con la muchacha—.

Rosalva se mantenía en silencio, con la cabeza baja. Nada más notar en su hombro la mano grande y sudada del policía, intentó retirar el hombro, pero Navarro le hundió los dedos, que sintió ella como una garra.

—Bien. Bien. Confío en ti, y si mi has engañado ya me las entenderé con tu padre. Somos viejos amigos —recalcó las últimas palabras—.

—¿Entonces? —preguntó Juan, para saber cuánto tiempo tendrían que esperar para recibir el pasaporte—.

—¿El documento? —Juan afirmó con un gesto de la cabeza—. Al menos, un par de días.

—¡Imposible! —exclamaron Juan y Rosalva, al mismo tiempo—.

—¿Creéis que aquí se dan los pasaportes, como en la ventanilla de RENFE se expenden billetes de tren? ¿Que esto es llegar y pegar? En casos como éste, aquí hay que mamarla —y miró, descaradamente, a Rosalva—.

—Dos días es demasiado tiempo.

—Bien, vamos a ver… Visto lo visto, hecho lo hecho, y con el sobre lleno, y porque una parejita de tórtolos como vosotros merece la pena vivir vuestro amor en libertad, puedo hacer un esfuerzo último. Todo por la amistad que me une con tu padre…

Eduardo Navarro hizo un gesto de trabajoso agobio, llevándose una mano al bolsillo interior de su chaqueta.

—He aquí lo que pedís.

Juan dijo para sí «¡Qué cabrón!» y Rosalva pensó con rencor «¡Hijo de puta!».

Allí, entre los dedos sudados y asquerosos, blandía Navarro un pasaporte provisional, válido sólo para abandonar el país.

***

Deja una respuesta