Un puñado de nubes, 56

15-06-2011.

Alfonso acababa de despertar y, penosamente, intentaba poner en orden su dormitorio, que el guardaespaldas y el hijo de Nicola Corleone habían puesto patas arriba. Salió de la cama y lo primero que comprobó fue que habían desaparecido el paquete con la cocaína y un sobre con varios centenares de euros que solía guardar en la mesilla de noche. «¡Salauds! ¡Putains d’enculés de merde! ¡Nom de Dieu, nom de Dieu!», blasfemó en francés. Se dijo que le quedaban muchos asuntos por resolver aquel día, empezando por ir a un otorrino porque, cuando movía la cabeza, sentía como zumbidos sordos en el cerebro. «Pero primero –pensó– me voy a dar un baño, a ver si me reanimo de una vez». Se acababa de poner el albornoz, cuando oyó que llamaban a la puerta con insistencia, primero al timbre y luego zarandeando los barrotes de la verja. Creyendo que podía ser alguno de los esbirros de Corleone, entreabrió con cautela la cortina de la ventana que daba a la calle y vio que se trataba de León. «Vaya, vaya. Por fin», murmuró, mientras accionaba el mando a distancia que abría la verja y la puerta de entrada al chalé.

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