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Como despertando de un encantamiento, Amalia, siempre sonriente, se disponía a recoger los bols vacíos de los caracoles, cuando uno de los safistas se dirigió a Indalecio, quien, con los codos apoyados en la barra y la barbilla sobre los puños, contemplaba la escena regocijado:
—Vaya perla que tiene usted, señor Indalecio —le dijo señalando a Amalia—; en el servicio y en la cocina. Se lo digo yo, que mi señora es una experta en esto de los caracoles y tengo ya muchos entre pecho y espalda. Es que hasta se merece un aplauso.