Ahí hay uno de ellos

14-06-2011.

Como iba avanzando la mañana, la plaza estaba llenándose de gente que afluía por las diversas calles que convergen en ella. El reloj de la Torre daba once campanadas que, por los aconteceres de esos momentos, apenas se escucharon. El portador del hacha era un hombre alto y corpulento. A mí, que era casi un niño, me daba miedo mirarlo y procuraba no acercarme mucho a él; pero, en mi prudente distancia, veía su cara amoratada; parecía que sus ojos iban a salirse de las órbitas, que las venas de su cuello y garganta iban a reventar. Cuando gesticulaba frases como «Vamos por ellos, por “toos” los fascistas», los muchos seguidores e incondicionales le apoyaban con sus gritos e improperios.

—Ahí hay uno de ellos —se escuchó una voz—.

—¿Dónde está? —preguntaron varios a coro—.

—El del quiosco, “Perico Huevos”.

Como si una fuerza magnética les hubiese impulsado a todos, se dirigieron a ese bonito quiosco, ya desaparecido, y lo rodearon.

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