Un puñado de nubes, 58

20-06-2011.

Indalecio salió a la puerta de su bar, intrigado por el bullicio. Un grupo de personas daban gritos. Parecían indignados. Desde luego ‑pensó Indalecio‑, su bar no era el sitio más adecuado para las protestas, si es que protestaban por algo. Quizás es que habrían presenciado algún tirón, cosa frecuente en aquella esquina del semáforo. Raro era el día en que no se oían gritos, lamentos y carreras. Eran todos mayores. Posiblemente viejos del Hogar del Pensionista.

—¡Los-au-to-res-son-trai-do-res; los-au-tores-son-trai-do-res! —gritaban agrupados—.

Eran unos siete u ocho, no más. Pero voceaban, como cuando el árbitro pita un penalti injusto contra el equipo de casa, en el último minuto.

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