Cuento de la nostalgia, 05

Por Mariano Valcárcel González.

Referéndum. Vaya palabra antigua o latinajo sonoro.

Sabíamos que existía, porque en tiempos del general se utilizó profusamente la palabra y la acción o acciones que define. Concretamente, desde 1945, en que se institucionalizó e hizo legal el uso de este para refrendar las siguientes decisiones de alcance que el dictador habría de concebir y llevar a cabo. Así que montar y realizar un referéndum no fue ilegal en la España franquista.

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“Los pinares de la sierra”, 52

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

4.- La agencia de modelos Napoli Models.

Genny y Paco se fueron al cine, pero Gracy me guiñó un ojo, alegó que ella ya había visto la película y que prefería pasear. Estuvimos un buen rato dando vueltas por el centro, y terminamos en el Heidelberg de la Ronda de la Universidad, tomando una cerveza y un bocadillo. Como yo no tenía muchas ganas de hablar, fue ella la que llevó las riendas de la conversación y me puso al corriente de su vida profesional. Me dijo que hacía menos de un año que había llegado a España, que empezó viviendo en la parte alta de la calle Balmes, con un hermano suyo ―médico psiquiatra del hospital del Valle Hebrón―, y que había probado como modelo de alta costura para Antonio Miró. No la aceptaron y comprendió que le costaría hacer carrera en las pasarelas.

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“Los pinares de la sierra”, 51

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

3.- Suspenso en septiembre.

Las semanas siguientes no me compraron nada, y a mediados de septiembre fui a visitar al profesor de Teoría Económica y le pregunté qué le habían parecido las modificaciones que habíamos introducido en el trabajo. Con cara de muy malas pulgas, sacó una revista del cajón, la puso encima de la mesa y me dijo muy enfadado.

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“Los pinares de la sierra”, 50

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

2.- Cena en Casa Darío y fiesta en Quilombo.

Cenamos en “Casa Darío”, en la calle Consejo de Ciento, entre Aribau y Enrique Granados. Como buen gallego, Darío era un modelo de trabajo, bondad, inteligencia y comprensión; hacía poco que se había casado con Manolita y sabía hasta donde llegaban nuestros escasos recursos económicos. Nunca trataba de ponernos en el compromiso de pagar una cuenta disparatada; al contrario, nos recomendaba platos sabrosos a muy buen precio, y al final nos obsequiaba con algún detalle por su cuenta. Aquella noche tomamos calamares a la romana, lacón con grelos, pulpo a la gallega y pimientos de piquillo. A las chicas les gustaba aquel restaurante, sobre todo por el postre: cañitas de Lugo, tarta de Santiago y una copita de vino de “Meus amores”, del que Darío nos dejaba la botella para que pudiéramos repetir más de una vez.

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Rencor

Por Mariano Valcárcel González.

Dicen que Trump decidió lanzarse a la carrera presidencial cuando Obama hizo públicamente un chascarrillo que al del tupé no le sentó nada bien. De ese rencor sobrevenido resultó que Trump ahora es presidente de su país.

Hay una moraleja en el caso referido: no se debe despreciar a nadie que pueda convertirse en nuestro enemigo; menos aún, si se hace públicamente.

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“Los pinares de la sierra”, 49

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

VIII

1.- Anulación de la venta y consuelo de Graciela.

Lo que más me dolía no era ver cómo volaban de mi bolsillo aquellas treinta mil pesetas que tanta falta me hacían y que ya daba por ganadas. Tenía pensado comprarle a mi madre una pulsera de oro que costaba siete mil, y con el resto renovar mi vestuario para estar a la altura de Paco, ahora que empezaba a salir con Gracy. ¡Comprar, comprar! Cuánta razón tenía el señor Bueno cuando decía que el sentimiento más profundo del alma humana era ganar dinero para satisfacer nuestras necesidades y caprichos. No obstante, en aquella ocasión, lo que más me disgustaba no era el dinero, sino presentarme en “Los intocables” ante Paco y las chicas, confesarles mi fracaso, y decepcionar a Genny, que también habría ganado unas pesetillas si la operación se hubiera llevado a cabo. Eso, sin contar con las bromas y los comentarios de Paco, que se pintaba solo para burlarse de las contrariedades de los demás.

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Después del 2-O, por favor, no nos hagamos más daño del que nos hemos hecho ya

Por Salvador González González.

No sé lo que va a suceder el 1-O. Habría que ser adivino. Probablemente, casi con toda seguridad, el gobierno ‑con su poder‑ retirará o impedirá que el referéndum en Cataluña se celebre, o no. Puede que éste, sin garantías de ningún tipo, se lleve a cabo, con un censo sin control, interventores vocales y apoderados favorables al sí en su mayoría, papeletas con formato y elaboración dudosas, participación sin poderse evaluar adecuadamente. Por la situación embrollada y de ilegalidad, no entro en la legitimidad, porque aquí caben muchas interpretaciones al respecto (urnas colocadas de cualquier forma y a escondidas). Vamos…; yo, en algún artículo anterior, creo que decía que puede terminar el día en una auténtica chapuza por el descontrol de la jornada.

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Cuento de la nostalgia, 04

Por Mariano Valcárcel González.

Eso de tener un reloj fue, en épocas pasadas, señal de estatus; que aparecían los sujetos, en esas fotografías en sepia desvaída o grises difusos, mostrando sus orondos vientres encorsetados en chalecos bien abotonados y traspasándolos de lado a lado la cadena de oro (o plata), denominada leontina, que en el extremo debía tener un hermoso reloj (por ello, llamado de cadena) que se alojaba en el bolsillo de aquella prenda. Era un gesto casi patriarcal el sacarlo de su refugio y levantarle la tapa para consultar la hora. Había verdaderas obras de arte.

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“Los pinares de la sierra”, 48

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

7.- Con la moral por los suelos.

Me sentía engañado, timado, traicionado. Me sentía como el que llega a su casa con un sobre creyendo que está lleno de billetes y descubre que solo son recortes de periódico. Me hubiera gustado marcharme de la empresa en aquel momento, y si no lo hice fue porque me parecía una grave falta de educación. Salí de la sala, le conté al señor Bueno lo que ocurría y me miró de muy mala manera. Yo también debía de tener cara de pocos amigos, porque intentó recobrar el control de sí mismo y me acompañó a la sala de firmas con el contrato de las dos parcelas en la mano. Saludó a los clientes y, por la forma como le respondieron, no tardó en darse cuenta de que el horno no estaba para bollos. Entregó uno de los contratos a los clientes, y el otro lo dejó sobre la mesa.

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“Los pinares de la sierra”, 47

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

6.- Una preocupante revelación.

No tuvo tiempo de explicármelo, porque en ese momento nos anunciaron que los señores Recasens acababan de llegar.

―Salga a saludarlos. Acomódelos en la sala y venga a verme para darme su opinión. ¿De acuerdo?

―Sí, señor.

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