“Los pinares de la sierra”, 51

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

3.- Suspenso en septiembre.

Las semanas siguientes no me compraron nada, y a mediados de septiembre fui a visitar al profesor de Teoría Económica y le pregunté qué le habían parecido las modificaciones que habíamos introducido en el trabajo. Con cara de muy malas pulgas, sacó una revista del cajón, la puso encima de la mesa y me dijo muy enfadado.

―Señor Aguilar, por más que han intentado camuflarlo, añadiendo autores no demasiado relevantes de la época, esto sigue siendo un plagio en toda regla y no tengo más remedio que suspenderles por dos razones: la primera, por tratar de engañarme, y la segunda, por no haber trabajado el programa de la asignatura. Dígale a sus compañeros que asistan a clase el próximo curso, que hagan las cosas bien, y preparen la materia debidamente, si quieren aprobar. Si no es así, no hace falta que se molesten en copiar otro trabajo, porque nunca aprobarán la asignatura. Y otra cosa: si habla con el señor Francisco Portela, puede decirle que si el próximo curso falta a clase un solo día, no hace falta que ponga su nombre en un trabajo ni se presente a examen, porque tampoco lo pienso aprobar. ¿Queda entendido?

Bajé la cabeza, salí de allí y me fui a esperar a Paco en la boca del metro de la plaza de España.

―Algo te preocupa ―dijo nada más verme―. Estoy seguro. Te lo noto en la cara.

No quise hablarle de la entrevista en la facultad y le dije que no hiciera caso.

―No querrás que te vean las chavalas con esa cara. Oye, que si puedo ayudarte en algo, ya sabes que puedes contar conmigo. ¿Es algo grave?

―No lo sé; estoy pensando en dedicarme a estudiar en serio y dejar el asunto de las parcelas. Eso no es para mí. Tengo miedo de no acertar ni en lo uno ni en lo otro. Para vender se necesita una fuerza física y mental que yo no tengo. De verdad, Paco, no lo acabo de ver claro.

―Eso no es ningún problema. El trabajo no se hace en la finca, sino en el bar y en el despacho. Ahí es donde hay que estar atento para aprender a obtener los datos del cliente que nos interesan, ponerlo de nuestra parte, rebatir las objeciones que nos plantee, conseguir su motivación y cerrar la operación con suavidad.

―De acuerdo, pero ¿cómo te explicas que no haya vendido en las últimas semanas?

―Mira Javi, yo he sido un golfillo desde que nací, he pasado muchos apuros, conozco a la gente y trato de tocar las fibras sensibles de los clientes. A veces tengo suerte y otras no. No hay más secretos. Quiero ganar dinero para vivir tranquilo y no depender de nadie. En definitiva, lo que en el fondo persigo es libertad. ¿Te parece mal?

Preferí continuar por ese camino y hablar de ventas, antes que contarle la escena que acababa de vivir en la facultad. Por eso, le pregunté algo que me preocupaba.

―Pero se dice que la urbanización no tiene los permisos necesarios, que el señor Triquell reside en un paraíso fiscal y que todo esto no es más que un montaje, por no decir una estafa.

―Joder, cómo te han afectado las fantasías de Recasens. No hagas caso. Aquel tío era un aguafiestas, desconfiado, antipático y malicioso. A él le gustaría que la piscina, el club de tenis y los chalés estuvieran acabados; pero eso sí, que el precio fuera el mismo que en la fase de lanzamiento. ¡Como tonto!

―Sí, pero también se dice que algunos engañan a los clientes y les dicen cosas que no son verdad. Algo que, en caso de ser cierto, sería muy grave ¿no te parece?

―Y, ¿eso te preocupa? Los vendedores tienden a exagerar la calidad del producto que intentan vender, pero eso lo sabe todo el mundo. ¿No? Bueno, tío, vamos a por las chicas, que ya estarán pensando que nos hemos largado con otras. ¿Vale?

No fue una buena tarde. Los tres, y sobre todo ellas, intentaron que interviniera en la conversación, pero yo apenas les escuchaba. No se me da bien el disimulo. Creía que, si intentaba intervenir, perdería puntos a los ojos de Gracy, y preferí manifestarme tal y como era. Ya se lo contaré más adelante ―pensaba para mí—.

roan82@gmail.com

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