Por Salvador González González.
No sé lo que va a suceder el 1-O. Habría que ser adivino. Probablemente, casi con toda seguridad, el gobierno ‑con su poder‑ retirará o impedirá que el referéndum en Cataluña se celebre, o no. Puede que éste, sin garantías de ningún tipo, se lleve a cabo, con un censo sin control, interventores vocales y apoderados favorables al sí en su mayoría, papeletas con formato y elaboración dudosas, participación sin poderse evaluar adecuadamente. Por la situación embrollada y de ilegalidad, no entro en la legitimidad, porque aquí caben muchas interpretaciones al respecto (urnas colocadas de cualquier forma y a escondidas). Vamos…; yo, en algún artículo anterior, creo que decía que puede terminar el día en una auténtica chapuza por el descontrol de la jornada.
Lo que está claro es que llevamos ya cerca de 10 años alrededor de este asunto, “dándonos la badana” unos a otros; y, cada vez, el enfrentamiento es mayor, sin vislumbrarse posiciones de encuentro, unos empeñados en una idea, otros en la contraria. Y con una fractura social gravísima, yo diría que, dentro de Cataluña y fuera también, hay sectores en España que están cabreados con este tema y se está creando un malestar cada vez mayor hacia Cataluña, por considerarla insolidaria y egoísta, olvidando que no todos los catalanes están en esta deriva.
Los que defienden la independencia lo hacen desde una posición sentimental, influenciados por una campaña promovida por políticos que quieren medrar y, en definitiva, mandar en un cortijo de su exclusiva propiedad (en su mayoría la burguesía catalana que es la que ha ostentado el poder y ha ido acomodándose e influenciando para hacer ver que todos los males en Cataluña son debidos a España; a ello, extrañamente, se ha sumado una izquierda que está derechizada más que nunca y unos cuentos, claves para la formación del gobierno catalán, fuera del sistema, que recuerdan a los carlistas de antaño). Por el contrario, hemos tenido un poder central con múltiples errores en el tratamiento de la conllevancia con Cataluña. Como dijo Ortega y Gasset, despropósitos de unos y otros nos han llevado hasta aquí. Veremos cómo se reconduce esta situación a partir del 2-O. No creo que, sólo con el poder o por el poder, se resuelva.
Para obtener algún tipo de solución, es necesario que todo el mundo asuma una premisa fundamental, que no es otra que la independencia de Cataluña no nos conviene a nadie. Cataluña es aproximadamente 1/5 del PIB español y, a su vez, su mercado es prácticamente un 50% en territorio español; y, lo que exporta al exterior, lo hace, en muchos casos, bajo el paragua español. La deuda acumulada ‑en caso de escindirse‑ por Cataluña, haría inviable su despegue. Su capacidad de crédito ha bajado a niveles de bono basura. España perdería también lo suyo desde un puntal de creación de riqueza y potencial, hasta tener que hacer frente a una reposición industrial con la que ya no podría contar.
Solo son unas pinceladas. Los expertos economistas están avisando de todo estos riesgos; y digo, siendo así, ¿por qué este empecinamiento? Se ha llegado a esta situación por algunos que vienen fomentándola irracionalmente; si no, díganme: cómo se puede entender que se manifieste sin rubor que santa Teresa de Ávila y san Ignacio de Loyola eran catalanes; o Cristóbal Colón, Cervantes y otros ilustres personajes españoles, todos ellos cada uno de su lugar de nacimiento (¿de donde fuere…, qué importa?); o intentar quitar el nombre a una calle de Antonio Machado o Quevedo. ¿No indica esto una posición irracional y, por tanto, enfermiza?
El problema requiere una salida política, mediante consenso, siempre que no lleve a situaciones de privilegios y de asimetrías, que deberán buscarse desde el día 2 de octubre. Suceda lo que suceda, nadie debe darse por ganador; eso sería continuar la escalada, echando más leña al fuego.
Lo que deseo, a pocos días ya del 1-O, es que la sensatez y la cordura se imponga ese día y no tengamos ninguna acción que, como otras veces, traiga dolor y lamentaciones; que, de nuevo, algunos intentarán llevarlos a sus posicionamientos, intentando que el agua llegue a su molino.
No queremos nuevos mártires de ninguna causa, por muy valiosa que ‑para algunos‑ pueda ser la misma.