Amigo del alma

Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.

Fue un trágico día el del fallecimiento de Esteban Ramírez, presidente del consejo de administración de Diario Jaén. Un hombre que puso al rotativo provincial en las más altas cotas de prestigio desde que fue creado. Dudo que Ramón encontrara palabras, en este escrito, para expresar ese sentimiento de tristeza que llegó a sentir, ni para catalogar el vínculo de unión que mantenía con él. Prueba de ello es la concesión del máximo calificativo con que distinguió a algunos de los más incondicionales: “amigo del alma”. De los que afirmaba que sobraban para contarlos los dedos de una mano.

La verdad es que no sé qué decir. La verdad es que es la primera vez que esta vieja pluma mía se niega a ser llevada por mi mano que tiembla. La verdad es que los ojos se me están poniendo como los cristales cuando en el exterior el frío rompe su garra gélida contra la ventana que, en mi despacho, da al Norte y al sol del atardecer, como cuando las sombras llaman al cristal de la luz para avisarme de que me prepare para dormir, que, en definitiva y en expresión de los poetas, es morir un poco. Todos, absolutamente todos, nos hemos empeñado en creer que Esteban Ramírez Martínez ha muerto.

Y todos, a una, hemos rezado por su alma con dolor y le hemos recordado en mil momentos agradables en los que nos acompañó con su saber estar, con su caballerosidad de hombre bueno y con el afecto innato en él hacia todos los que tuvimos el privilegio de su amistad y de su afecto. Pero, no; Esteban Ramírez no ha muerto como digo, porque de lo único que no sabía era de la muerte, de su muerte. Mi ventaja sobre usted, mi caro amigo, es que a mí, hasta no sé cuándo, me queda aún conocer la muerte, mi muerte. En ese mismo “alejamiento” callado con que ha querido sorprendernos sin conseguirlo; porque, para que lo sepan de una vez, usted no ha muerto, sólo se ha dormido. ¿Cómo pueden morir los grandes corazones? Morirá su tic tac y la carne se le dará a la tierra, pero “eso”, lo que está dentro, “eso”, mi entrañable amigo Esteban, no muere. “Eso” es amor y el amor es inmortal en las personas admirables como usted. En estos momentos estoy viendo “Jaén” sobre mis mesas. Una, dos, tres, cuatro… no sé cuántas esquelas insisten sobre su muerte. Me están dañando el alma y, cuando termine este triste artículo, si es que puedo, voy a guardar este “Jaén” sobre el que he vertido mi dolor de este amigo abandonado. Y mis recuerdos y mis lágrimas. Lo guardaré ‑¡eso es!‑ al lado, justo al lado, de aquella primera página de “Jaén” que usted me entregó en olor de multitud, enmarcada, el día 13 de octubre de 1997, en que, con la presencia de mis compañeros de esa redacción, me decía que fue mi constancia y amor a ese diario lo que permitió llegar a los cuarenta años colaborando en sus páginas. Y luego, para colorear de rubor una vez más mi rostro, a renglón seguido se pasaba usted de la raya al decir en público que yo era un «poeta de prensa»; un «artista de letras» y «un amante de mi tierra». ¡Vamos, que se fue usted por los cerros de mi pueblo! En todo, don Esteban, se equivocó; en lo último no y eso está visto y leído. Y ahí, precisamente al lado de todo esto, cuando acabé, como he dicho, voy a colocar este “Jaén” que no hubiese querido que saliera a la calle. Tuvimos el privilegio de, por amistad, saber penetrar uno dentro del otro. Lo conseguimos porque, como usted sabe desde el cielo, hay personas a las que sólo les basta una mirada para entenderse; y, si se entienden, la amistad está a un paso. Eso es lo que ocurrió. Se cruzaron la amistad del humanista en la mejor acepción de la palabra; el escritor limpio, conversador excelente, culto orador, el hombre de honor, con este que usted llamó «poeta de prensa» y «artista de las letras»; y, de esta mezcolanza tan dispar, no tenía más remedio que salir, sorprendentemente, la “masa” en forma de amistad. He aquí, pues, un amigo sin falsilla, cuya muerte impregnada de fortaleza, lúcidamente aceptada, acaba de darnos una lección. La última, la inolvidable, la verdadera de este mi gran amigo que se ha propuesto ‑iy a fe que lo ha conseguido!‑ hacerme llorar como nunca y romper algo en mi interior en mil pedazos. Descansa en paz, amigo del alma.

(13‑02‑1999)

almagromanuel@gmail.com

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