Por Fernando Sánchez Resa.
Yo aprovechaba los días que no salíamos a trabajar (por lluvia u otra causa) para visitar a mis antiguos compañeros de la cárcel, que trabajaban en la alpargatería. Como ya me conocían los guardias de asalto, me dejaban entrar y allí pasaba largos ratos charlando con aquellos, comunicándoles noticias y consolándolos, para que comprobaran que en mi libertad me acordaba de ellos, sin importarme ser sospechoso entre los rojos…