Por Dionisio Rodríguez Mejías.
2.- El llanto de Roser.
Pero lo más asombroso era el desparpajo con el que Reyzábal se desenvolvía. No dejaba de hablar y de dar órdenes, decía que contaba con el apoyo de la iglesia y la aprobación personal del abad de Montserrat. Parecía el jefe de la banda. Al final, propuso que mientras los elementos del Front y los sindicalistas se manifestaban a las puertas de la Modelo, nosotros inundáramos de octavillas las principales estaciones de metro, con textos de las encíclicas de Juan XXIII. Se votó a mano alzada y todos aprobamos la propuesta. Para la siembra, se eligió el barrio de Gracia por dos razones: por la gran afluencia de pasajeros que los días laborables concurrían en la estación a primera hora de la mañana, y la facilidad para huir por las callejas de la zona en caso necesario. Allí actuarían los comandos a las órdenes de Xavier Granados. Me asombraba ver cómo todos acataban el plan con optimismo y determinación; me sorprendía que aquellos jóvenes estuvieran dispuestos a enfrentarse al Tribunal de Orden Público, para acometer una acción tan ineficaz como arriesgada.