Por Dionisio Rodríguez Mejías.
1.- Un ser despreciable.
No sólo había perdido a Olga ‑quizás para siempre‑, sino que Roser tampoco volvería a mirarme a la cara después del plantón de la tarde anterior. Si supiéramos la humillación que supone no acudir a una cita con una mujer joven, es imposible que nadie pudiera cometer tal desatino. Despreciar a una mujer convierte al hombre en un ser despreciable. ¡Qué noche pasé! Sentía tanta vergüenza por lo ocurrido que decidí llamarla por teléfono.