Por Dionisio Rodríguez Mejías.
3.- Riña de novios.
Al llegar a la pensión, la calle estaba oscura y solitaria. Abrimos la puerta con cuidado y encendimos la luz de la escalera. No se oía ni un ruido. Yo estaba con la mente en otra parte, pensando en lo que le diría a Olga cuando me pidiera mi opinión. Debió de adivinarme el pensamiento, porque, mientras subíamos por la escalera, me cogió la mano, sonrió burlonamente y me acercó la cara. Notaba el aroma de su perfume mezclado con el olor del tabaco y de su cuerpo sudoroso. Un olor cálido y suave, como una delicada caricia en la penumbra; pero comprendí que su gesto no pasaba de ser forzado y egoísta.