Un puñado de nubes, 59

22-06-2011.

El grupo entró sin tanta bulla. Se saludaron todos: Ballesta, Portal, Juan García, Galán, Curro Vela, Juan José y su hermano, “el Bigote”… Amalia se retiró discretamente y León la llamó.

—Amalia, ven, por favor: estos son compañeros de Alfonso y míos, de cuando estuvimos en el internado de Úbeda. Hacía años que no nos veíamos. Y esta es Amalia —la presentó a los recién llegados—, una buena amiga nuestra.

Los del grupo se sonrieron con complicidad. Y se impresionaron al ver los cardenales en la cara de Alfonso.

—Se ha resbalado en la bañera… —explicó León—.

—¿Les pongo a los señores un surtidito de chacina, para el centro? La tengo muy buena, de la sierra. Y de beber, lo que vayan pidiendo, que anoto —quiso aprovechar Indalecio la ocasión para meter algunos euros imprevistos en el cajón—.

Amalia, después de los saludos, ocupó su sitio en la cocina.

Indaleció había encarrilado tres mesas paralelamente a la barra y cada uno de los safistas se fue colocando en las sillas de anea.

—Vayamos por partes —dijo León, después de que todos se hubieran acomodado—. ¿De qué os quejáis en concreto?

Portal tomó la palabra, después de que Manolo Ballesta le dijera: «Tú, habla tú; si acaso, yo hablo luego».

—¿Quiénes son los autores realmente de esas Nubes?

León, en realidad, no estaba muy seguro.

—Creo, según he oído decir, pero no me hagáis mucho caso, que son Manolo Jurado y Antonio Lara. También Enrique Hinojosa, ¿os acordáis de él? Es hermano del “Polillón”, de Rafael Hinojosa, de Alcalá la Real; pero os digo que hasta yo estoy sorprendido. Me han metido como personaje de las Nubes y también a éste —señaló a Alfonso, que permanecía callado, ajeno a la conversación y preocupado por el dolor de huesos y los zumbidos del oído—.

—Es que no nos trataron bien. Eso de viejos, gordos, calvos… ¡Hombre, hay calificaciones que tienen sus límites!

—Coño, Portal —dijo Ballesta—. ¿No tienes espejo? ¿Acaso somos ya Alain Delon o Marlon Brandon en sus buenos tiempos? Somos lo que somos.

—Pero nos gustaría que nos trataran con más cariño. Es verdad que somos lo que somos; pero, por lo menos, que se escriba de nosotros con menos cachondeíto…

Ballesta, que estaba hablando de literatura con Alfonso, le oyó decir una frase que se le quedó grabada en la memoria. Era a propósito de la protesta contra el autor, por haberse burlado de ellos llamándolos «viejos, gordinflones y calvos». «Tenéis razón en protestar, porque seguramente la literatura es el mejor juguete que ha inventado el hombre para burlarse de la gente».

—¡Amigos! —exclamó León—. ¿Así que también con pelusillas de celos? Pues, anda que si Alfonso y yo tuviéramos que protestar por cada cosa que nos hacen decir y hacer…

—Pero es que vosotros sois los protagonistas. No me digas que Alfonso se va a quejar con lo de la Aymara; aunque últimamente… —reclamó Portal—.

—Tomadlo como un juego —sonrió León—; como una diversión. Decidles: yo os proporcionaré el correo de los dos; que os den más cancha, más carrete. Los autores no son traidores, son creadores, ¿entendéis? Están un poco idos, es natural, pero qué les vais a pedir a dos aficionados a la escritura…

Las palabras de León apaciguaron los ánimos y todos, incluso Alfonso, iniciaron una conversación amena, llena de recuerdos y anécdotas, dando buena cuenta del plato de chacinas sin miedo al colesterol.

Garrido Corchero, que no parecía estar completamente convencido y satisfecho, quería saber más. De vez en cuando, entre anécdota y anécdota, le preguntaba a León que si esa señora que trabajaba en la cocina a las órdenes de Indalecio era la Amalia del Canal Sur, aquella que tuvo cita con él y que se la llevó Alfonso.

—Vaya broma que te gastó el amigo suizo. La verdad es que así, al natural, la señora está bastante mejor de como está descrita en las Nubes. Yo no sé cómo la has dejado que se te escape.

Ante la severa mirada de León, Garrido Corchero se conectó con la conversación que mantenían Ballesta y Curro Vela a propósito de Alfonso.

—Pues no está mal lo que ha corrío ese desde que salió de la Safa, si hemos de creer lo que cuentan las Nubes —decía Vela señalando a Alfonso, quien, del otro lado de la mesa, conversaba ahora con Juan García y “el Bigote”—. ¿Tú te crees Manolo —preguntó Vela— eso de los jacuzzis, y lo de la historia con la niña limeña?

—Yo no sé si es cierto —contestó Ballesta con sorna—. Ahora, que si es verdad… a mí me gustaría que me la presentara.

—Pues vamos a preguntárselo —enlazó Vela—.

—¡Pero, hombre, Curro! No seas bruto… —cortó Manolo Ballesta—. ¿No has comprendido que eso de la Aymara es una ficción…? ¡O es que no te enteras…! ¡Pues léete la Nube 51, hombre!

—Oye, Manolo, ¿no te estarás tú pasando de listo? ¿Y qué me dices entonces de León, de Alfonso, de Amalia, de Indalecio, de este bar en donde estamos sentados y de las cervezas que nos estamos tomando…? ¿A ti te parecen ficción? ¡Anda ya, hombre…!

Juan García y “el Bigote”, que habían captado briznas de la conversación entre Ballesta y Vela, cuando oyeron el nombre de Aymara se desentendieron de Alfonso, el cual daba muestras de ir alejándose de las historias safistas y de refugiarse en no se sabía qué rincón de su memoria. Lo cierto es que Alfonso difícilmente soportaba el ruido de las conversaciones cruzadas. Se levantó con dificultad y se dirigió al servicio.

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