León estaba preocupado doblemente: por la situación de Alfonso y, sobre todo, por la tardanza en llegar de su hijo y Rosalva. No había contado con el chantaje de última hora de Eduardo Navarro. Ya estaba deseando que todo acabara. Y aún quedaba el viaje de su hijo con la muchacha hasta el aeropuerto de Madrid. ¿Quién no creería que el capo no le tendiera una trampa y se los liquidara a los dos y los dejara tirados en la cuneta, con una bala en la cabeza cada uno? Nunca debió haber permitido que su hijo se involucrara en el asunto. Era cosa de Alfonso y que él lo resolviera. Estaba dispuesto a salir a la calle, cuando sonó el timbre de la puerta. El corazón se le alegró. Por fin llegaban. Abrió nerviosamente. ¡No era su hijo Juan!