29-05-2011.
El grupo estaba bajo los portalillos, sin saber qué hacer ni qué camino seguir, aunque se palpaba el ambiente. Ese día no se trabajaría y todos seguiríamos esa corriente que la mayoría de los que pasaban y se detenían a dialogar apuntaban: «Huelga general». A mí, todo eso de huelga me sabía a fiesta. No tener obligación, nada que hacer, como si fuera domingo. Podría ir al cine con los amigos, hacer…, ¡pero si es huelga!, ¡el cine estará cerrado! Ya no me sabía la huelga tan bien.
El grupo se deshizo y cada cual siguió su derrotero. Mi hermano Juan y yo nos fuimos a casa, pues vivíamos en la Torre Nueva junto al molino de Alises. Mi madre, cuando nos vio, nos cogió y nos dijo:
—De aquí no os mováis, pues hay revolución.
Eso tampoco nos agradó: estar en huelga para estar metidos en casa, mientras todo el mundo está en la calle. Yo, buscando un pretexto para salir, vi en la cantarera los dos cántaros vacíos.
—Mamá, voy por agua —le dije—.
—Bueno, id tu hermano y tú; pero, enseguida, aquí…
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