Un puñado de nubes, 43

16-05-2011.

—Bueno —decía León, colgando el teléfono bajo las miradas expectantes de su hijo Juan y de Aymara—, pues la cosa va marchando bien. Parece ser que Alfonso, según él mismo me dice, ha conseguido engañar a los mafiosos. A veces —a punto estuvo de soltar una carcajada—, no es tan fiero el león como lo pintan. Y vosotros, ¿habéis dormido bien? —ante el asentimiento de los dos jóvenes, añadió—. Pues os vais arreglando, que enseguida desayunamos y hablamos de lo que hay que hacer. ¿Tú qué desayunas, Aymara? —dijo, yéndose para la cocina—. ¿Te parece bien café con leche y tostadas con mantequilla y mermelada?

Aymara se había ido desplazando lentamente hacia la ventana que daba a una plazoleta. Sus ojos delataban que había pasado una mala noche. A través de los visillos, contemplaba cómo las calles se iban inundando de luz y que por las aceras trajinaba gente que, a menudo, se saludaba levantando la mano o que se paraba a conversar. Las preguntas de León parecieron despertarla y, volviendo la cabeza, balbució:

—Sí… Bueno… Muchas gracias, don León. Pero, por favor, llámeme Rosalva…

—De acuerdo. Y tú a mí, León a secas, ¿vale?

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