Un puñado de nubes, 47

25-05-2011.

Después de darse a conocer, León estuvo estrechando manos y repartiendo abrazos a diestro y siniestro. «¡Cuánto viejo!», pensó. «¡Cuánto viejo nostálgico!». Allí se fueron presentando Portal, Miguel y Juan José Jurado, Garrido Corchero, Manolo Ballesta, Galán, Curro Vela, Manolo Jurado, Juan García ‑que era de El Puerto de Santa María‑… Todos estudiaron con los “Profesionales”, menos Manolo Ballesta y Manolo Jurado que eran de Magisterio. La mayoría de aquellos “viejos” habían sido “Niños del padre Luque”, en los gratuitos de Portaceli, que más tarde irían a Úbeda. Estaban intentando organizar en la ciudad una asociación de safistas en Sevilla. León los observaba a todos. El tiempo había ajado a sus antiguos compañeros con rabia ‑a unos más que a otros‑. Sin embargo, comprobó en todos una extraña alegría juvenil. En el tiempo que estuvo con ellos, ninguno “renegó” de su condición de safista: todo lo contrario. Había en ellos un sentimiento de gratitud y un recuerdo dulcificado de las estrecheces de aquellos años. León se contagió de aquel espíritu jovial. Les habló de Alfonso, de que también estaba en Sevilla, de que había regresado de Suiza «hecho un marqués rumboso».

—A ver si quedamos con él y nos reunimos a tomar una cerveza —dijo Portal—.

—No sería mala idea. Ahí mismo, en la Gran Plaza podemos quedar, en La Luna o en Jacaranda. Se alegrará un montón.

—¿Tú no entras en la página de la asociación de la Safa? —señaló Ballesta—.

—¿Los antiguos de la Safa tienen una página web? No lo sabía.

—Está muy bien —ratificó Portal—.

—Escriben cosas muy interesantes —apuntó Jurado—. Yo suelo leer lo de Dionisio, Aranda o Valcárcel y algunos poemas de Antonio Lara. ¿No te acuerdas de Larilla, que jugaba de defensa, mu leñero, mu chiquitillo, pero con mu mala leche? Ese también escribe; era de Magisterio; sí hombre, te tienes que acordar: el que saltaba a la pértiga… También anduvo por Suiza, creo que llegó a ser profesor de una universidad de allí.

—Es que de la Safa ha salido gente muy brillante —aseguró León, que no sabía nada de la página web—. En cuanto pueda, me voy a ver si consigo entrar en esa página.

—Ahora andan por ahí unos pocos, liados con una cosa rara ‑como si fuera una novela, pero que no parece novela‑ que se llama Un puñado de nubes —dijo Ballesta—. No está mal; parece ser que la escribe cada uno por su lado.

León se había olvidado por completo del asunto Aymara. Aquellos antiguos compañeros le habían transportado a otro mundo. Pero, después de los abrazos de despedida, de las promesas de volverse a encontrar y del intercambio de teléfonos, regresó hacia su casa.

No había llegado a la puerta del Hospital de San Juan de Dios, cuando sonó de nuevo su móvil. Nerviosamente lo sacó del bolsillo y se tranquilizó algo: era Amalia de nuevo.

—Perdona, León, que te moleste otra vez. Me dejaste preocupada con lo que me dijiste. ¿Te ocurre algo grave? Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que sea…

—No, no, Amalia: es un asunto que tenemos que resolver Alfonso y yo…

—¿No estaréis metidos en nada serio?

—Descuida, descuida. Es cuestión de unos días. Cuando se solucione el asunto, te llamo y nos damos un festín. ¡Los tres!

—¿Qué me estás proponiendo, un trío? —dijo con guasa Amalia, y León se ruborizó—.

—No estaría mal —le respondió, con la defensa que le proporcionaba la distancia y el móvil—.

—No estamos ya para esos trotes…

—Para esos trotes y otros galopes…

—¡Qué fanfarrones soy los hombres…!

La nueva conversación con Amalia le alegró el espíritu a León que, sin darse cuenta, comenzó a silbar.

***

Deja una respuesta