
León estaba preocupado. No quería, sin embargo, que su hijo se diera cuenta de su intranquilidad. No debía haber permitido que Juan se ocupara del asunto de Rosalva. No se perdonaría en la vida que le ocurriera algo irreparable. Mientras los jóvenes andaban preparándose, él se mantenía pendiente del teléfono móvil por si llamaba Alfonso. Todo tenía que hacerse con sumo cuidado. No había que dar un paso en falso. Pero también debía dar la sensación de normalidad, siguiendo la rutina de todos los días. Sonó el teléfono. Aguardó unos instantes. No, no era Alfonso. El número era de otro móvil. ¿No le había dicho Alfonso que llamaría desde un teléfono fijo? No contestó a la llamada. Salió de la casa, después de advertir, a la muchacha limeña y a su hijo, la máxima discreción posible. Él seguiría como si nada ocurriera. Se alargó hasta el quiosco de prensa.