Un puñado de nubes, 49

30-05-2011.

Léon no se sentía tranquilo. La casa se le venía encima. Creía que haber aceptado la ayuda de su hijo para el caso de Rosalva había sido un error. No tenía que haberlo metido en el entramado de Alfonso. El muy cabrón se las apañaba siempre para enredar a unos y otros, como en el internado. Si él se había buscado el lío, que lo resolviera. A veces pensaba que Alfonso, pese a la antigua amistad que recordaban –o quizás sirviéndose de ella-, seguía siendo el egoísta de siempre. Temía León por su hijo. ¿Y si el capo Nicola descubriera la trampa que le habían tejido y dejara correr el asunto, hasta atrapar indefensa a la pareja en su camino a Madrid, para culminar la venganza? Esos pensamientos atormentaban a León. Aun así, estaba dispuesto a facilitar el trámite del pasaporte para disminuir el riesgo físico que pudiera sufrir su hijo. Estuvo dándole vueltas a la cabeza hasta que encontró una posible solución: hablaría con Eduardo Navarro, un policía de los duros, de la comisaría de Blas Infante, que había sido cliente de la Caja cuando él estaba de subdirector. Le había hecho un favor, agilizándole los trámites de un crédito, cuando lo de su separación. Aunque él no es de los que pasan factura por los favores hechos, en este caso estaba en peligro la vida de su hijo.

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