¿Por qué la erosión?

Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.

En este artículo, escrito en el año 1965, Ramón Quesada nos muestra su sensibilidad por la conservación del Medio Ambiente, cuando la expresión «movimiento ecologista» era aún bastante desconocida en estos lares. A lo largo del texto, esboza algunas de las causas de la degradación del terreno. No olvidemos que nuestro autor era funcionario del Ministerio de Agricultura en la delegación provincial de Jaén, por lo que su vinculación con la política que la Dictadura dedicó a la conservación del suelo resultara más que evidente. Eran aquellos años, principio de la década de los sesenta, cuando Franco inauguró los tres embalses, escalonados y bastante equidistantes, de Pedro Marín, Doña Aldonza y Puente de la Cerrada. Los mismos que, que por desgracia, quedaron totalmente colmatados a los pocos años como consecuencia de la erosión.

Por insólita que resulte esta expresión, que muchos considerarán osada más que atrevida, el suelo de la provincia de Jaén, productor incansable de alimentos tan precisos como el aceite ‑oro de España‑ y el trigo, tan insustituible, está prácticamente perdido.

Para calcular la magnitud, penetración e importancia de estas palabras, mil veces pronunciadas y otras tantas olvidadas, conviene examinar con una versión lógica y sencilla este “problema nacional” de la erosión.

Como se sabe, el relieve de las tierras de Jaén es muy quebrado, causa principal de que las lluvias no se puedan aprovechar en la medida que sería precisa para los cultivos.

Según la frase del eminente ingeniero agrónomo, don Celedonio Rodrigáñez, «la tierra que se pierde es un elemento de trabajo que no se recobra jamás; es un factor de la producción que desaparece».

Miles y miles de este “elemento de trabajo”, de esta materia tan esencialmente indispensable, van a parar a los arroyos y de estos a los ríos, donde se forman grandes almacenes de sedimentos, anegando embalses que fueron extensos y profundos y robando su capacidad hidráulica, dejándolos inutilizados en unos años. En unos años que se pueden contar con los dedos de la mano. Pero hasta que esta materia inorgánica se posa definitivamente, el proceso de la erosión, desde su comienzo, es verdaderamente desolador.

Hace unos días, y para admiración mía, pude observar detenidamente esta catástrofe, sus males y sus remedios. No es, pues, de extrañar que exista un eficaz Servicio de Conservación de Suelos dispuesto a ayudar, orientar y solucionar desinteresadamente este problema, que tanto perjudica a la economía provincial y nacional.

Las tierras, sin ser sus pendientes excesivas, y como consecuencia de las tormentas recientes, de lluvias tan deseadas, han quedado marcadas, quizás para siempre si no se les pone remedio, con el sello triste de su futura esterilidad. Al principio, la garra gigantesca de superficiales regajos ha cruzado la deficiente labor, arrastrando consigo la capa fértil tan precisa. Luego, algo más tarde, la cárcava que se inicia es algo así como el grito imperioso del inminente perjuicio, ya casi irreparable, que está padeciendo la tierra generosa; que se acerca a la formación del temido barranco, ya sin remedio alguno para la producción de la finca.

Mas no proviene siempre la temida erosión de los elementos de la naturaleza. Son infinitos los lugares donde el más profano puede advertir con diáfana claridad que la mano in promptu e inexperta de muchos labradores, que se aferran a unas costumbres tradicionales llenas de equívocos, y la inconsciencia nata del ganado, que no sabe ni de erosiones ni por dónde camina y pisa, han puesto el primer peldaño a favor de la erosión. Y si bien los motivos naturales –lluvias fuertes y vientos‑ son imposibles de detener, no lo son, en cambio, los motivados por el hombre, que puede y debe evitarla poniendo un pequeño esfuerzo por su parte; haciendo una labor mucho más correcta cuando más pobres y pendientes sean sus tierras. En una labor mal realizada, de abajo a arriba y nunca a nivel, el suelo queda preparado para la lluvia que, incluso no sea muy fuerte, arrastrará consigo los componentes principales de la tierra al principio y los abonos y elementos fertilizantes ‑los nitrogenados‑ después. Cada surco en pendiente será una brecha ‑repito‑ por donde el agua abrirá un regajo, una cárcava… una desilusión. Por lo que esta disminución de rendimientos, y como preámbulo, irá mostrando en los cerros y laderas los “calveros” precursores de una erosión sumamente peligrosa.

Otro caso, de los muchos que habría que enumerar si el tiempo y el espacio nos lo permitieran, es el del pastoreo abusivo a que se someten muchos terrenos. El ganado, elemento esencial de producción, suele perjudicar el suelo muy gravemente si se le deja a su libre albedrío. Con un pastoreo excesivo, el pasto perderá toda su calidad nutritiva y germinadora. Y un suelo empobrecido, sin raíces que sirven de sujeción al terreno, pasará a ser un desierto y terminará por facilitar con ello el acto de la erosión.

Es, pues, preciso y necesario preparar nuestros campos ante este “problema nacional” que tan acuciante se hace en toda la geografía provincial. No dejemos que un palmo de tierra ‑¡tan querida!‑, nos deje sin cien gramos del principal alimento.

(28‑10‑1965).

 

almagromanuel@gmail.com

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