Sobre “Tres sombreros de copa”, y 4

Selección de la Introducción que Miguel Mihura hizo a su edición de Tres sombreros de copa en Clásicos Castalia, en 1982.

«La obra ‑como les pasaba a todos los que la habían leído‑ a mí, al cabo del tiempo, tampoco me gustaba nada. Es más; me parecía insoportable, anodina. De una novedad pasada de moda. Porque los que inventan estas cosas nuevas son los primeros en cansarse de ellas y en encontrarlas abominables.

[…]

Porque yo había llegado al teatro con amor. Eso es indudable. No con vocación, sino con amor. Mi primera obra Tres sombreros de copa la había escrito con facilidad, con alegría, con sentimiento. Me había encontrado a mí mismo […]. Aquel estilo era el mío propio y yo sabía muy bien que no estaba influido por nadie; que escribía lo que sentía; y que las palabras, necesarias para expresar aquello que sentía, fluían de mi pluma sin ningún esfuerzo, espontáneas, con emoción, con garbo, con vida propia, con ritmo y hasta con una cadencia especial que sonaba a verso [1].

[…]

la escribí durante una larga enfermedad que me tuvo tres años en cama y, por si fuera poco, a raíz de un forzado rompimiento amoroso que fue lo que me inspiró la comedia.

[…]

Porque mi teatro ‑aun el malo‑ hay que matizarlo de un modo especial. Sencillamente. Sin exageraciones. Sin hacerse el gracioso. Mi teatro, por desgracia, es muy personal, y por consiguiente, muy difícil de interpretar.

[…]

Y debo decirles, por si no lo saben, que desde muy joven, desde los tiempos en que mi padre tenía dos compañías de comedia, yo asistía a todos los ensayos de las obras que se estrenaban y había aprendido de Muñoz Seca, de Arniches, de García Álvarez, de los Quintero y más tarde de Jardiel Poncela, cómo se mueven unos personajes en escena. Cómo se dirigen. Cómo deben estar colocados para que las frases tengan más efecto y más valor, y el público ‑tanto el de butacas como el de anfiteatro‑ no se pierde ni una réplica cuando la réplica vale la pena. Y de qué modo se impide que un actor distraiga al público con algún gesto o movimiento cuando está hablando otra figura.

[…]

Lo inverosímil, lo desorbitado, lo incongruente, lo absurdo, lo arbitrario, la guerra al lugar común y al tópico, el inconformismo, estaban patentes en mi primera obra escrita en 1932.

[…]

me quedé sorprendido y admirado cuando en la lectura [2] descubrí que sí me gustaba ‑y mucho‑ su parte poética y sentimental que me llegó a conmover mientras leía. Y recordé que, al escribirla, esta parte era la que había escrito con más facilidad y fluidez, contrariamente al lado bufo que me había costado quizá más esfuerzo.

[…]

Fui al ensayo y la obra, aparte de su lado “codornicesco” [3], me pareció una delicia. La interpretación y la dirección eran irreprochables. Y me emocioné muy íntimamente, solo, en mi butaca, con las escenas de Paula y Dionisio ‑sus protagonistas‑ y con lo que tenía de patético todo el tercer acto y el final de la obra. Lo único malo fue el susto que me pegué al enterarme que el estreno, en lugar de celebrarse por la mañana en un teatro cualquiera, se celebraría aquella noche en el mismo Teatro Español, el mejor teatro de Madrid.

[…]

El teatro estaba completamente lleno y el público aplaudía frases y mutis y pude comprobar cómo a una juventud enardecida la obra le entusiasmaba.

[…]

Todos los grupos de aficionados, todos los teatros de cámara de todas las ciudades de España empezaron a representar mi comedia. Era como una bandera de juventud y de inconformismo para la rutina, que tremolaban con entusiasmo. Pero, a su vez, era un pretexto para que los jóvenes actores vocacionales y los directores de escena, que empezaban a proliferar en grandes cantidades, tuvieran un motivo para lucirse.

Porque ya me dirán ustedes las cosas que se pueden hacer con una obra en la que salen parejas de enamorados de los armarios, parejas de enamorados también que salen de debajo de la cama, una mujer barbuda, un negro tocando el ukelele, parejas alocadas bailando y arrojándose serpentinas y artículos de cotillón, y un anciano tocando una trompeta y dando saltitos.

Y, cuanto más se exageraba el montaje, cuantas más raras en sus atuendos se presentaban las chicas, cuanto más extravagante resultaba la puesta en escena, más me irritaba yo.

[…]

Nunca he tenido ocasión de montar yo mismo esta comedia y les aseguro que lo hubiera hecho de un modo diferente. En serio, sin exageraciones, suprimiendo el tono de farsa, con muchachas sencillas, femeninas y sexy. Con pecado. Con músicas de fondo dulces y apropiadas en las que predominase el acordeón o el violín. O el solo de piano. Jamás hubiera hecho una caricatura de la obra. Y quizá, por no hacerlo así, por ir a lo burlesco, a lo estrambótico, la obra haya perdido el cincuenta por ciento de su eficacia, de su claridad, de su calidad incluso, ya que los colorines y los cintajos impedían ver el fondo íntimo de la obra dejando a la vista solamente el colorete con que estaba embadurnada.

berzosa43@gmail.com

 



[1] Es curioso que muchos críticos y ensayistas que han hecho estudios sobre Tres sombreros de copa no hayan reparado en esta virtud melódica, que yo considero de gran valor. Claro está que, a lo mejor, yo tengo mal oído y estoy equivocado.

[2] Se refiere a la lectura que hizo de Tres sombreros de copa a los componentes del Teatro Español Universitario, cuando decidieron representarla en función única.

[3] Por la revista de humor La Codorniz que él creó en 1941 y dirigió hasta 1946, imponiéndole un tipo de humor original, fresco y descabellado.

Deja una respuesta