Como el alcalde me había dicho que me trasladarían a Jaén al día siguiente (29 de marzo), si había gasolina, me levanté temprano (a las siete y media) y me preparé para el viaje, desayunando una taza de té con aguardiente y unos pocos churros; en lugar de lo que yo había pedido: simplemente un poco de café caliente…
Llegó el guardia municipal de confianza del alcalde, enseñó la orden de entrega y, sin pegas, tomé mi exhausta taleguilla. Durante el trayecto (desde de la cárcel a la carretera) había multitud de curiosos (unos, amenazadores que gritaban palabrotas; otros, callados y silenciosos…). Fui caminando cabizbajo, acordándome de la pasión de Cristo, cuando lo insultaron y maltrataron… ¿Iba a ser yo menos…?